15 de diciembre de 2017

Reflexiones en voz alta sobre otras divisas virtuales distintas del bitcoin

En mi escrito anterior sobre el bitcoin quedó clara mi aversión hacia esta moneda virtual. Pero esta aversión no es en modo alguno generalizable a todas las monedas virtuales ni, mucho menos, a la tecnología que las soporta, que es el block chain. Muy al contrario, creo que en el futuro es muy posible que haya monedas virtuales que, unidas a la Inteligencia Artificial (IA), puedan jugar un papel tan importante como beneficioso en la economía mundial. Para explicar por qué, debo dar unas pinceladas, necesariamente ligeras, sobre el patrón oro y el papel de los Bancos Centrales y el sistema bancario en el control de las monedas de cada región económica.

La riqueza mundial ha sido, durante toda la historia de la humanidad, muy baja y con muy poco crecimiento. Hasta el siglo XX el porcentaje de personas que vivían en la pobreza extrema era altísimo. Sólo algunos privilegiados sacaban la cabeza del océano de la miseria. Y para representar esa riqueza, era posible tomar como valor de cambio el oro. El oro es un metal como otro cualquiera. Tiene la peculiaridad de que es amarillo, de que escaso y de que su cantidad crece muy lentamente. Esto le ha dado desde tiempos inmemoriales una atracción atávica. Pero, a pesar de todo, es pesado y, aunque tiene un alto peso específico, es también voluminoso. Cuando la gente tenía poca riqueza, el que la tenía podía tener el oro en su poder y con pocos gramos, le bastaba para sus necesidades cotidianas. Pero a medida que fue aumentando la riqueza, más gente necesitaba más oro. Más peso, más incomodidad, más inseguridad. Por tanto. el oro empezó a dejar de circular y se almacenaba a buen recaudo. En su lugar, empezó a circular el papel moneda –antecesores de los billetes– que era una representación virtual del oro que cada persona poseía y que estaba almacenado en las arcas de los banqueros. Cada billete daba derecho a disponer, siempre que se quisiese, de su equivalente en oro. Pero cada vez menos personas querían disponer de su oro. Dado que el papel moneda era aceptado por todo el mundo como medio de pago, a la gente le bastaba con tener los billetes para comprar y vender lo que necesitase. El papel moneda podía ser emitido por cualquier banquero que tuviese oro, siempre que el papel que emitiese estuviese respaldado por su equivalente en ese metal. Como la gente no solía pedir el oro, algunos banqueros cedían a la tentación de emitir más papel moneda que el que podían respaldar con el oro que tenían. Y esto de crear dinero sin respaldo, aunque fraudulento, era un pingüe negocio para el que lo hacía. Había que poner coto a esto y en un momento dado se crearon los Bancos Centrales estatales, que obtuvieron de sus respectivos gobiernos el monopolio de guardar el oro y de emitir papel moneda, únicamente si tenían el respaldo necesario de oro. Esto es lo que se conocía como el sistema del patrón oro.

Pero, a medida que crecía la riqueza, el oro –y por lo tanto el dinero– era un recurso cada vez más escaso y empezó a no ser suficiente para abastecer todas las necesidades de compra venta de un mundo en el que había una riqueza total que empezaba a crecer exponencialmente. La Primera Guerra Mundial fue el principio del fin del patrón oro. Los Bancos Centrales de los gobiernos de las potencias beligerantes cayeron en la tentación de crear mucho dinero sin respaldo en oro, para financiar la guerra. Tras muchos avatares, en 1944, en la conferencia de Bretton Woods, se decidió que el único país que mantendría el patrón oro sería los EEUU. El dólar, anclado en el oro, sería la divisa de reserva, en vez del oro, para el resto de los países. Éstos se comprometían a intervenir en el mercado de sus respectivas divisas para mantener, con un estrecho margen, un valor fijo respecto al dólar. Pero, por un lado, esto no era sostenible para los países que perdían competitividad, pues mantener el mismo tipo de cambio con el dólar les condenaba a quedar excluidos de facto del comercio internacional. Y, claro, los gobiernos de estos países devaluaban su moneda a medida que perdían competitividad, para poder seguir comerciando con el resto del mundo. Así que esta estabilidad del tipo de cambio de cada moneda con el dólar quedó rota. Por otro lado, el dólar tampoco podía seguir anclado al oro, ya que la riqueza de los EEUU crecía de manera exponencial. Por tanto, en 1971 también el dólar abandonó su respaldo en oro. A partir de ese momento, la moneda de cada país estaba sustentada por la confianza que la gente tuviese en ella y esta confianza, a su vez, se apoyaba en la riqueza que era capaz de generar cada país en bienes y servicios. Pero este soporte de la confianza en la capacidad de creación de bienes y servicios de un país no tiene por qué ser menos sólido que el soporte que pueda aportar el metal amarillo llamado oro. Es más, ese metal amarillo, almacenado en las bóvedas de Fort Knox y en otros sitios del mundo, despojado de su función monetaria se ha convertido en una mercancía más y no se me alcanza cuál pueda ser la razón de que un estado mantenga un activo así. De hecho, si mañana los países que almacenan oro decidiesen sacarlo al mercado, su precio se derrumbaría como un castillo de naipes. Tal vez por eso no lo hagan. El primero que lo hiciese de forma significativa, desencadenaría un proceso en el que el precio del oro empezaría a bajar ante el temor de que todas las reservas se pongan en el mercado. ¿Cuál sería en ese caso el precio del oro? Si ese metal no sirviese para nada, su precio sería cero. Pero el oro, aparte de su valor atávico, tiene utilidad en determinadas industrias y esta utilidad real crea una pequeña demanda real del mismo. Por lo tanto, debido a esa demanda, su precio no llegaría a ser cero. Pero imagino que sería inmensamente más bajo que el actual. Se oye decir que el bitcoin tiene un valor en sí mismo, como lo tiene el oro, al estar su oferta limitada. Pero no me parece adecuada esa comparación, ya que la utilidad del bitcoin, salvo en el hipotético e improbable caso de que se llegue a convertir en una moneda con la que pueda funcionar una economía, es exactamente igual a 0. En todo caso, me parece que el oro es un activo absolutamente prescindible para los países que lo poseen. Lo que me hace pensar que algún día lo sacarán al mercado. ¿Cuándo? Ni idea. Las estructuras mentales tienen atavismos difíciles de cambiar y en la mente humana el valor del oro es una de las cosas más atávicas que hay.

La enseñanza que se saca de esto es doble. Primera, que toda moneda tiene detrás la confianza generada por la economía que la sustenta. Segunda, que debe haber alguna relación “inteligente”[1] entre esa riqueza y la cantidad de dinero. Y la clave está en la palabra “inteligente”. En principio podría pensarse que esa relación “inteligente” podría ser la de tener una cantidad de dinero que fuese siempre proporcional a la riqueza en que se sustenta. Y si se toma el PIB como la capacidad de generar riqueza de una economía, estaríamos hablando de que la masa monetaria fuese siempre proporcional al PIB. Pero esta es una relación excesivamente simple y en la que no hay mucha “inteligencia” –aunque más de la que hay en mantener la cantidad de dinero constante–. Demasiado simple.

Pero, nos estamos desviando del tema de estas líneas que es el de otras monedas virtuales. Vuelvo por tanto al punto, pero creo que esta digresión nos va a ser de utilidad para el tema que nos ocupa. No obstante, más adelante, retomaré el hilo de la creación de dinero por los bancos centrales y su “inteligencia”.

Ya se han lanzado, con mayor o menor éxito otras monedas virtuales que se basan en mayor o menor medida en algún tipo de riqueza real. Y ocurre que el éxito de las monedas virtuales lanzadas es tanto mayor cuanto más relacionadas están con una base de riqueza real. Estas monedas se lanzan con lo que ha dado en llamarse una ICO, por las siglas de Initial Coin Offer, que parafrasean a las IPO, Initial Public Offer de las empresas que sacan sus acciones a cotizar en bolsa por primera vez. El valor de las acciones de estas empresas están en relación con la capacidad de crear riqueza de las mismas. Y lo mismo pasa con las nuevas coins. En esencia, una ICO consiste en lo siguiente. Una entidad –puede ser una empresa existente, una nueva, una persona física, etc.– que presta un servicio o genera un producto de valor, emite, a cambio de monedas corrientes –euros o dólares– con las que monta el servicio que ofrece, unas cosas que se llaman tokens. Estos tokens son derechos que permiten a su poseedor utilizar en el futuro los servicios/productos que ofrece la entidad emisora. Normalmente, para conseguir que alguien pague por un token de, digamos, una comida en un restaurante, la emisora deberá emitirlos con un descuento sobre su precio normal de la comida. El que recibe los tokens a cambio de su dinero –insisto, euros o dólares u otra moneda corriente–, puede usarlos cuando lo estime oportuno para comprar los servicios de la emisora o, si no necesita comprar lo que le entidad emisora vende, puede vender los tokens que compró a alguien que sí esté interesado en los servicios/productos de la emisora. Los tokens, tras su emisión se compran y se venden utilizando una moneda virtual. La más utilizada es una llamada Ethereum que es el soporte de diferentes tokens procedentes de diferentes ICO’s. Si más adelante, la entidad emisora ve que su producto/servicio tiene éxito y vende muchos más productos/servicios, hace nuevas emisiones de tokens, tal y como una empresa hace ampliaciones de capital cuando necesita invertir para incrementar su producción. Como se puede ver, los tokens y, por tanto, la divisa virtual que los sustentan, tienen una relación directa con una cantidad de productos/servicios valiosos vendidos/prestados por la entidad. Es decir, están soportados por algo valioso. La primera ICO tuvo lugar hace cuatro años. 2017 ha sido el año de su explosión. Hasta octubre se han llevado a cabo unos cientos de ICO’s en el mundo, por valor de 5.500 millones de $ y una media de unos 11 millones de €. La mayor de ellas, Filecoin ha emitido por valor de algo más de 250 millones de $. Sirve para alquilar el uso de memoria en la nube o en un ordenador particular. Pero sólo 5 han recaudado más de 100 millones de $ y sólo el 54% han cerrado con éxito la oferta. En cada uno de los tres trimestres de 2017 el porcentaje de éxito ha ido en declive. Las modas nunca han sido buenas consejeras. Pero nada impide que buenas ideas generadoras de riqueza sirvan cada vez más de base para nuevas ICO’s o sucesivas ampliaciones de las existentes y, con ello la aparición de nuevas monedas virtuales que compitan con Ethereum para soportar los token de esas ICO’s. No es ni mucho menos ciencia ficción, sino altamente probable, que empresas existentes, grandes o pequeñas, lancen ICO’s en un futuro próximo. Es muy probable que en unos años veamos a Repsol emitiendo tokens de gasolina o a McKinsey sacando tokens de horas de consulta o a Pascual ofreciendo tokens de leche o yogur, o a Telefónica tokemizando el servicio telefónico, o a la tienda de la esquina ofreciendo sus productos. Y no sólo las empresas, también una persona física podría hacer una ICO para sus horas de trabajo. Un profesor particular podría tokemizar sus servicios. Podrán darse asociaciones de entidades para la emisión de tokens de productos complementarios o que el descuento en los tokens que emita una empresa los pague en parte otra. Por ejemplo, una gasolinera y un restaurante que estén próximos pueden emitir tokens con la posibilidad de comprar gasolina y una comida. O puede que el descuento en el token del el restaurante lo pague la gasolinera porque sabe que eso le atraerá clientes, o viceversa. También se pueden hacer contratos inteligentes. Por ejemplo, comprar tokens de una línea aérea con un compromiso de descuento en función del retraso que pueda tener el vuelo. La ventaja es que dado que, como veremos en otro escrito, en el que hable de block chain, el contrato es público y el reembolso se hace inmediatamente en la moneda virtual, todo se agiliza enormemente. Como se ve, las posibilidades son inmensas y pueden ser enormemente positivas.

Pero, aclarado que es esto de los ICO’s y de las otras monedas virtuales y su indudable utilidad para el futuro, volvamos a pensar sobre los Bancos Centrales y su “inteligencia” en la creación de dinero. En la actualidad, los Bancos Centrales tienen, en su respectiva moneda, el monopolio de la creación de dinero. Y esta creación tiene una peculiaridad que se traduce en una tentación: Crear dinero de la nada tiene un coste cero. Ya se ha visto que la cantidad de dinero no puede mantenerse fija mientras la economía crece. También se ha visto que tiene que crecer con una relación “inteligente” con la cantidad de riqueza. Pero los Bancos Centrales no crean el dinero directamente. Utilizan como intermediario al sistema bancario. Este intermediario puede, mediante un mecanismo que no veremos aquí, multiplicar por un factor variable la cantidad de dinero emitido por los Bancos Centrales[2]. Debido a este efecto multiplicador los Bancos Centrales pueden influir en la masa monetaria con intervenciones relativamente pequeñas. He dicho antes que el dinero se crea a coste 0 y es cierto. Pero para crearlo los Bancos Centrales tienen que invertir. Invertir no es gastar, por lo que el coste es realmente cero. Pero sí supone un esfuerzo de inmovilización de una cierta cantidad de dinero. Por eso a los Bancos Centrales les interesa que exista ese efecto multiplicador.  Ellos crean sólo lo que se llama la base monetaria. Pero el sistema bancario multiplica esa base monetaria por, digamos, 40. De esta forma, con una base monetaria –y un esfuerzo inversor– de sólo 100 unidades monetarias, la cantidad de dinero sería de 4.000 unidades. Si quieren crear 120 unidades más de masa monetaria, a los Bancos centrales les basta con inyectar sólo 3 unidades de base monetaria. Si debido a la actividad del sistema bancario el multiplicador crece, la masa monetaria aumenta. Supongamos que tenemos esas 103 unidades de base monetaria y el multiplicador aumenta a 42. La masa monetaria aumentaría a 4326 unidades, cuando el objetivo es que hubiese los 4.120 anteriores. Al Banco Central le bastaría con retirar 4,9 unidades de la base monetaria para restablecer el equilibrio en los 4120 de masa monetaria. Y dado que los Bancos Centrales tienen información de la masa monetaria en cada momento, tienen el control absoluto de la cantidad total de dinero en la economía. Por lo tanto, si éstos quisieran y supieran, mantendrían, con poco esfuerzo, una proporción inteligente entre masa monetaria y riqueza medida en PIB. Una masa monetaria que mantuviese una proporción constante con el PIB sería bastante aceptable, pero a menudo puede ser bueno para la economía flexibilizar en cierta medida esta relación. O puede que el PIB no sea el mejor indicador de la riqueza. Y en eso estriba la “inteligencia”. Evidentemente, el patrón oro no mantenía una relación “inteligente” porque no podía crecer, mientras la riqueza sí lo hacía, y exponencialmente. Fue esto lo que desencadenó el que se empoderase a los Bancos Centrales para regular la cantidad de dinero. Ahora bien, por una mezcla de incompetencia e intereses políticos, los bancos centrales no saben y/o no quieren mantener esa relación en términos “inteligentes”. Y, así, sus actuaciones crean ciclos económicos que a menudo llevan a la aparición de burbujas que acaban en graves crisis. Y cuando se entra en una crisis el multiplicador de la masa monetaria disminuye rápida y drásticamente, lo que hace totalmente necesaria la inyección de grandes cantidades de dinero por parte de los Bancos Centrales. Y con esto, se llegan a ganar un aura de salvadores de la economía. Y así aureoleados, se les otorga el derecho a hacer lo que quieran con la creación de dinero. Y, sin embargo, con su necesaria intervención no hacen sino curar una herida que ellos mismos han causado previamente. Y así se cierra el círculo vicioso. Con su aureola, una vez fuera de la crisis, pero arrastrando graves desequilibrios, nuevos motivos políticos llevan a políticas monetarias difícilmente justificables que crean nuevas burbujas, que originan nuevas crisis, que obligan de nuevo a los Bancos Centrales a intervenir expansivamente, para repetir otra vez el ciclo. Cuando en Junio del 2012, Mario Draghi, Presidente del Banco Central Europeo, dijo en una rueda de prensa que haría “todo lo que haya que hacer y, créanme, será suficiente” para salvar el Euro, efectivamente, lo salvó y es venerado por ello. Lo que no se dice tanto es que la mayor responsabilidad de la burbuja inmobiliaria que nos llevó a la crisis, recae sobre el BCE. Y aunque él no estuviese en su presidencia en ese momento la institución es más que las personas. Pero ahora, bajo la égida de Draghi, se está creando una cantidad de dinero realmente desorbitante que es muy posible que vuelva a crear otra burbuja de algún tipo de activo, que traerá otra crisis que… La anómala situación de interesas negativos es algo antinatural que no presagia nada bueno ¡Qué horror! ¡Que alguien pare la máquina! Por eso, mucha gente aplaude al bitcoin porque la creación de esta moneda virtual sigue una pauta predeterminada que la lleva a acercarse asintóticamente a los 21 millones de bitcoins, sin posibilidad de crear más. Pero el hecho de que los Bancos Centrales no mantengan una relación “inteligente” entre dinero y riqueza, no quiere decir que la norma de creación de bitcoins lo sea, como algunas personas afirman. De hecho, es de un simplismo inaceptable. Por tanto, si un día el bitcoin llegase a ser la base del sistema monetario, las consecuencias serían terribles. Pero ésta es su única posibilidad de que sea sostenible. Por lo tanto, si no sirve como medio de pago ni como representación de la riqueza y si, además, no tiene ninguna utilidad, como puede tener el oro aunque deje de mantenerse en las bóvedas de Fort Knox, su futuro es más bien negro. Pero este no es el caso de otras monedas virtuales, como se ha visto al hablar de las ICO’s y el Ethereum. Éstas se creaban para sustentar tokens que representaban riqueza real. Pero tampoco esta relación se puede considerar inteligente. Es también demasiado simple.

Y aquí es donde entra la inteligencia artificial (IA) y el Big Data. Los sistemas de IA pueden llegar a aprender autónomamente del inmenso caudal de datos que se generan cada instante en la economía. Ningún ser ni institución humanos pueden abarcar, analizar y sacar conclusiones, de esa avalancha inimaginable de datos. Pero es muy posible que la IA sí pueda y se lleguen a crear reglas realmente “inteligentes” y libres de intereses políticos que regulen “inteligentemente” la relación entre riqueza  –empezando por buscar el mejor parámetro para definir la riqueza– y masa monetaria. Mientras este momento llega, no sería una mala solución establecer una relación constante entre masa monetaria y PIB con una limitada capacidad de actuación excepcional y justificada de los Bancos Centrales.

Antes de poner punto final al objetivo de estas páginas querría plantear una pregunta. Y tras responderla, ver las monedas virtuales aceptables desde otra óptica. La pregunta: ¿Sería deseable, si se encontrase esta relación verdaderamente “inteligente” entre masa monetaria y riqueza, que hubiese una única moneda mundial? La respuesta es un rotundo no. Ya he dicho, al hablar de la época en la que se pretendió que todas las divisas mantuviesen un tipo de cambio constante con el dólar, que esto condenaba a los países que no eran competitivos a quedarse fuera del comercio internacional y, por tanto, a la pobreza. Tiene algo de bondad que cada país o zona económica pueda modificar la paridad de su moneda para ser capaz de mantenerse en el comercio mundial. Digo que tiene algo de bondad, pero como casi todo en esta vida, esto también tiene su cara y su cruz. Porque la posibilidad de devaluar su moneda por parte de un país que no es competitivo es una droga muy peligrosa. ¿Para qué se va a esforzar en ser competitivo si le basta con devaluar su moneda cuando ve que no puede mantenerse en el comercio mundial? Y esa droga, que da un respiro momentáneo, es mortal de necesidad en el largo plazo. Una cierta rigidez en el mantenimiento del tipo de cambio supone la obligación del país que no es competitivo de esforzarse por recuperar su competitividad. Y este es siempre un esfuerzo doloroso. Si vuelvo la vista atrás y comparo el valor que la peseta mantenía con las otras divisas importantes en mis tiempos jóvenes con la que tenía cuando llegó el Euro, nuestra moneda se había depreciado de una manera escandalosa frente a cualquier divisa del mundo desarrollado que se considere. Al entrar en el Euro, nos hemos visto obligados a hacer un tremendo esfuerzo para no perder competitividad o, incluso, para recuperarla, porque el recurso a la devaluación ya no existía. Y creo que eso ha sido bueno, aunque doloroso, para España. Así pues, no es ni remotamente deseable una única moneda mundial. Entonces, ¿podría ser que una amplia diversidad de monedas virtuales acabase por sustituir a la variedad de divisas de cada país o zona económica? Tampoco lo veo posible. Porque las monedas nacionales y las virtuales cortan la tarta en distintas direcciones. Las monedas virtuales son, por su naturaleza, globales. Pero si se desarrollan como se ha visto, por tipos de riqueza, separan sectores económicos. En cambio las monedas nacionales cortan la tarta con criterios geográficos, englobando toda la economía de cada país o región. Es decir, ambos tipos de monedas forman una estructura matricial. ¿Tendrá esto algún efecto positivo en la economía? Me siento absolutamente incapaz de decir una sola palabra al respecto. De forma que, sobre lo que no se puede hablar, hay que callar. Paro como soy incapaz de callarme, ni siquiera debajo del agua, anticipo mi creencia que sí puede salir algo bueno de esta interrelación.

Con esto doy por terminada esta reflexión sobre otras monedas virtuales distintas del bitcoin. En un próximo escrito hablaré de la tecnología que soporta a todas las monedas virtuales y a otras muchas cosas que van a revolucionar, creo que para bien, la forma que tome la economía mundial en el futuro.



[1] Pongo entre comillas la palabra “inteligente” porque no se refiere a la inteligencia que puedan tener los que decidan esta relación, sino que la relación entre cantidad de dinero y riqueza debe tener unas reglas que permitan anticipar eficientemente y sin crear burbujas desviaciones en la buena marcha de la economía.
[2] Este mecanismo se conoce con el nombre de reserva fraccionaria. Hay quien dice que esto de la reserva fraccionaria es una inmoralidad y que supone una licencia para robar de los bancos privados. Ciertamente la banca apenas podría ganar dinero sin la reserva fraccionaria. Tiene que obtener depósitos, con un coste de obtención, y prestar parte de esos depósitos a un precio mayor. Pero esto no es ni mucho menos una licencia para robar. Toda empresa, del tipo que sea, compra con un coste unas materias primas, las transforma, también con un coste, y las vende a un precio mayor que el coste. Si los precios de compra de las materias primas y de ventas de los productos están determinados por el mercado de libre competencia, no hay nada que objetar. Eso es lo que hace la banca. Para ella, los depósitos sin la materia prima con la que trabaja y tienen un coste, al tiempo que el interés al que puede prestar está también sometido a la competencia.

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