17 de mayo de 2017

capitalismo y Doctrina Social de la Iglesia

Soy hijo de la Iglesia y, por lo tanto, la quiero y la considero Madre y Maestra. Pero, como ocurre con un hijo adulto que quiere, respeta y toma en gran consideración a su madre, hay cosas en las que discrepo de ella y es, además, lícito y hasta sano que discrepe en según qué cosas. Cuando se considera el magisterio de la Iglesia y su importancia y grado de vinculación debida para uno de sus hijos hay que considerar dos aspectos.

Primero, la forma en la que ese magisterio se expresa. No es lo mismo una opinión de un sacerdote que una declaración ex-cátedra de un Papa. Lo primero no merece más grado de adhesión que la credibilidad y sentido común del sacerdote que expresa la opinión. Lo segundo exige adhesión y, en caso de no darla, el hijo se declara pródigo. Entre estos dos extremos hay una infinita variedad, tanto en cuanto a la persona que expresa su opinión como en cuanto al documento declarativo en el que se expresa. La persona puede ser desde un sacerdote hasta el Papa y el documento tiene degradés que van desde una declaración dogmática ex cátedra o, bajando en la escala, una encíclica, una exhortación apostólica, una carta pastoral o un motu proprio[1].

Segundo aspecto, el contenido de la declaración. No es lo mismo, que el documento, tenga el grado de importancia que tenga, hable sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía que que hable de la mayor o menor bondad de un determinado sistema económico. El primero afecta directamente al núcleo más profundo de la doctrina y el segundo, a cuestiones aledañas a la fe y la moral que requieren, además, un sólido conocimiento para que la opinión sea tenida en cuenta.

La Doctrina Social de la Iglesia se ha expresado de muchas maneras a lo largo de la historia. Desde cartas, libros, consejos, etc. de teólogos morales del siglo XVI o XVII –o, por supuesto, anteriores–, que también son DSI, hasta encíclicas, que empezaron a formar parte de esta DSI a partir de que León XIII publicara la Rerum Novarum en 1891. No hay, que yo sepa, ningún documento de rango superior a una encíclica que forme parte de la DSI, y, desde luego, nunca, ningún Papa ha hecho una declaración ex cátedra sobre este tema, ni la hará nunca. Incluso, dentro de los documentos que se consideran parte de la DSI, hay cuestiones que hablan de los principios morales básicos como el no robar, el ser equitativo y justo, la obligación de practicar la caridad cristiana con los débiles, etc., mientras que también hay opiniones sobre distintos sistemas económicos concretos. Evidentemente, dentro de un mismo documento, los primeros tienen mayor importancia y obligan más en conciencia que los segundos. Pero dado que, en general, los medios de comunicación y las personas dan más peso a los segundos, estos saltan a la palestra de discusión pública más que los primeros, aun siendo menos importantes y vinculantes.

Como consecuencia de esto, la DSI se ha convertido en una mezcla tremendamente heterogénea de principios básicos importantes y de opiniones que distintos miembros de la jerarquía eclesiástica, del Papa para abajo que tienen. En los primeros, como no podía ser de otra manera, hay una coincidencia generalizada entre todos los documentos. En cambio en los segundos hay muy distintas orientaciones según el Papa u Obispo que las sustenten. Y a menudo hay divergencias importantes. Ni que decir tiene que mi adhesión a los primeros es total mientras que respecto a los segundos me siento con total libertad de expresar mis creencias, basadas en mi formación económica y en mi razón.

Por aquello de que la difusión de los contenidos de estas últimas, las opiniones, están sesgadas por las corrientes socio-políticas, las que más difusión tienen son las que contienen opiniones que van contra el capitalismo y, más en general, sobre el liberalismo económico.

Mi conocimiento del contenido de la DSI es limitado. Conozco una buena parte de la misma anterior a la Rerum Novarum, más específicamente, de la Escuela de Salamanca –que es también DSI– y me he leído todas las encíclicas consideradas como parte de la DSI, desde la Rerum Novarum de León XIII hasta la Laudato Si de Francisco. No es mucho, pero tampoco poco, y estoy convencido de que es más de lo que conoce de ella el 90% de la gente que opina. De ese conocimiento extraigo varias conclusiones.

1ª La DSI da un giro copernicano a finales del siglo XIX, cuando empiezan las encíclicas sobre ella. De una visión liberal de la economía por parte de la Escuela de Salamanca, se pasa a una visión que es, a menudo, crítica contra el liberalismo económico. Y esto ocurre por dos motivos: a) El ataque a la Iglesia del pensamiento liberal, en un sentido no económico sino científico -  filosófico, y b) la aparición del proletariado y de las ideas marxistas. Es comprensible. El pensamiento cientificista e ilustrado decimonónico, en su forma más radical, desconectó absolutamente fe y razón y pretendía reducir la fe a la irracionalidad y, por lo tanto, al campo de lo superfluo e innecesario, cuando no de lo supersticioso, perjudicial para el progreso humano. La Iglesia hizo bien en reaccionar contra esta visión radical de la Ilustración, si bien en ciertas ocasiones, como el Syllabus de Pío X, se pasó más de tres pueblos en su reacción. Además, en esta reacción, en mi opinión demasiado furibunda, metió en el mismo saco el liberalismo económico y el filosófico - moral. Cosa que no debe confundirse, porque hoy en día, los liberales más radicales en el sentido filosófico son más bien de izquierdas en lo económico, mientras que los liberales en lo económico, suelen ser enormemente más moderados, e incluso conservadores, en lo moral. En cuanto a la aparición del proletariado se refiere, no cabe duda de que cuando se ven las condiciones de vida en las que vivía la clase proletaria en las primeras fases de la revolución industrial, se le encoge a uno el corazón. Pero esa visión tiene mucho del sesgo que podríamos calificar como “ojos que no ven, corazón que no siente”. Porque lo que no se veía, por estar distribuido y enterrado, era el sufrimiento y las terribles condiciones en las que se vivía en el mundo rural antes de la revolución industrial. Lejos del bucolismo que a menudo envuelve esta visión, la gente vivía en condiciones terribles y era muy común que masas ingentes de personas muriesen de hambre si las cosechas no eran buenas. Eso sí, esos sufrimientos y muertes eran “invisibles” y “anónimas”, pero no menos terribles de los que vienieron con los albores de la revolución industrial. De hecho, la gente emigraba en masa a las nuevas oportunidades que ofrecía el trabajo fabril en las ciudades. Y no lo hacía, como ocurriría más tarde en la esfera comunista, empujada en masa a la fuerza por mor de un experimento social. No. La gente se iba a la ciudad y a las fábricas libremente, en busca de mejores oportunidades. Y por muy dura que fuese la vida a la que se incorporaban, era mejor que la que tenían, y fue el efecto llamada el que hizo que millones de personas se desplazasen libremente del campo, que no tenía nada de bucólico, a las fábricas situadas en las ciudades. Pero eso hizo que el sufrimiento de esas masas dejase de ser “invisible”, “anónimo” y desunido, a ser “visible” y perceptible en masa. Y, a su vez, esto dio pie a que esas masas proletarias se organizasen y a que apareciesen los movimientos sociales de distintas inspiraciones –Saint Simon, Fourrier, etc.–, despreciadas por Marx y fagocitadas posteriormente por el “socialismo científico” marxista. La Iglesia, que veía cómo enormes masas de fieles se iban tras la ideología marxista, de carácter ateo, reaccionó de una manera a mi modo de ver ambigua. Mientras condenaba radicalmente el comunismo, fue permeada, en gran medida por su visión social, adoptando, aun parcialmente, algunas de estas visiones y, en un intento, vano, de evitar estas deserciones copió las tácticas del enemigo. Y esto dejó su huella en la DSI

2ª A pesar de lo dicho anteriormente, la DSI siempre y sin paliativos ha condenado el comunismo, mientras que ha mantenido una postura ambigua respecto al libre mercado/capitalismo, en la que se advierten tiras y aflojas, dudas, contradicciones, sin que, en ningún momento, haya condenas ni remotamente tan tajantes como las dirigidas al comunismo. Si exceptuamos al actual Papa, Francisco –de su postura hablaré más adelante–, se percibe en las encíclicas sociales, una tendencia, no rectilínea, desde luego, hacía una admisión cada vez más clara del sistema de libre mercado, sin atreverse nunca a dar el paso definitivo.

Me voy a permitir presentar tres citas literales de tres pontífices en tres encíclicas sociales. Me refiero a Pío XI en su “Quadragesimo anno”, Juan Pablo II en su “Centesimun annus” y Benedicto XVI en su “Caritas in veritate”. En las tres se da una aprobación explícita al mercado y la economía basada en él, al tiempo que se amonesta a los católicos a practicar la justicia y la caridad.

Pío XI, en su “Quadragesimo anno”, en sus números 50 y 51, dice:

“[…] tanto la Sagrada Escritura como los Santos Padres de la Iglesia evidencian con un lenguaje de toda claridad que los ricos están obligados por el precepto gravísimo de practicar la limosna, la beneficencia y la liberalidad.

Ahora bien, partiendo de los principios del Doctor Angélico (cf. Sum. Theol. II-II q. 134), Nos colegimos que el empleo de grandes capitales para dar más amplias facilidades al trabajo asalariado, siempre que este trabajo se destine a la producción de bienes verdaderamente útiles, debe considerarse como la obra más digna de la virtud de la liberalidad y sumamente apropiada a las necesidades de los tiempos”.

Es muy enriquecedora la lectura de la encíclica de Juan Pablo II “Centesimus annus”, la última de sus encíclicas sociales. Es el resultado de la destilación de sus ideas económicas tras 14 años de pontificado. Se percibe en ellas una evolución, a medida que, tras salir del ámbito del comunismo, iba conociendo cada vez mejor la economía de libre mercado. Hay dos capítulos en esta última encíclica social suya que merecen especial atención: El capítulo III bajo el título de “El año 1989” y el IV que se titula “Propiedad privada y destino universal de los bienes”. En el primero de ellos hace una de las críticas más duras que nunca he leído del comunismo, tanto en su faceta ideológica como en sus resultados prácticos. En el otro lleva a cabo un profundo análisis de la economía de libre mercado en la que reconoce el justo papel de los beneficios y las bondades de la globalización y del desarrollo tecnológico. Todo el capítulo merece una atenta lectura. En general es una aprobación del sistema de libre mercado, aunque con importantes llamadas de atención a posibles desviaciones del mismo que, en realidad, son factores espúreos que impiden su buen desarrollo pero que de ninguna manera son parte esencial del sistema. Merece especialmente la pena leer entero el nº 33 de este capítulo. No me puedo resistir a citar textualmente el párrafo 4 de este largo nº 33 en el que dice:

“En años recientes se ha afirmado que el desarrollo de los países más pobres dependía del aislamiento del mercado mundial, así como de su confianza exclusiva en las propias fuerzas. La historia reciente ha puesto de manifiesto que los países que se han marginado han experimentado un estancamiento y retroceso; en cambio, han experimentado un desarrollo los países que han logrado introducirse en la interrelación general de las actividades económicas a nivel internacional. Parece, pues, que el mayor problema está en conseguir un acceso equitativo al mercado internacional, fundado no sobre el principio unilateral de la explotación de los recursos naturales, sino sobre la valoración de los recursos humanos”.

Ya cerca del final de este capítulo, Juan Pablo II concluye con una pregunta a la que da respuesta. Transcribo a continuación su pregunta y su respuesta:

“Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?

Es importante ver el profundo sentido de la pregunta. Se pregunta si el capitalismo es el que puede sacar al Tercer Mundo de la pobreza y llevarle a la senda del verdadero progreso económico y civil. Tiene miga la pregunta. Veamos la respuesta:

La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa”.

En las dos últimas citas se puede ver lo que he dicho anteriormente: una aceptación del sistema de libre mercado –al que le asusta llamar capitalismo– acompañadas de unas reservas sobre aspectos que no forman parte, de ninguna manera, de la esencia del capitalismo sino que más bien son cosas que impiden su verdadero desarrollo. Porque el “acceso equitativo al mercado internacional, fundado no sobre el principio unilateral de la explotación de los recursos naturales”, es la esencia del libre mercado –por eso se llama libre– y los primeros que queremos que así sea, somos los que defendemos este sistema económico. El último párrafo citado es, a mi entender, una de las mejores definiciones del capitalismo que he leído, mientras que el párrafo cautelar de prevención que le sigue, es una premisa que también asume el capitalismo, porque es una de sus principales condiciones de necesidad la existencia de un marco de seguridad jurídica que debe ser igual para todo el mundo, dueños del capital, por supuesto, incluidos. De hecho el capitalismo sólo fue posible cuando se dieron en algunas sociedades, la inglesa en primer lugar, estas condiciones de seguridad jurídica, y del “rule of law”. Capitalismo, seguridad jurídica e igualdad de todos ante la ley son cosas inseparables. El primero no funciona sin el segundo. De ahí que no se pueda desarrollar en muchos países en los que esta “rule of law” brilla por su ausencia. Esta ausencia lleva a algo que no es capitalismo ni libre mercado, sino la imposición, por parte de una minoría extractiva dueña del poder político, de un marco legislativo contrario a todas las libertades, entre ellas a la de libre emprendimiento. Yo llamo a esto “capitalismo de compinches[2]” que, a pesar del nombre no tiene nada de capitalismo, puesto que niega su misma esencia. Considerar que por llamarlo así se admite que es una forma de capitalismo es como pensar que cuando se llama al comunismo capitalismo de Estado se entiende que el comunismo es una variante del capitalismo. Ni uno ni otro lo son. Muy al contrario, son su negación.

Para acabar con las citas lo hago con un texto de “Caritas in veritate” de Benedicto XVI, que en su nº 36 dice:

“Es verdad que el mercado puede orientarse en sentido negativo, pero no por su propia naturaleza, sino por una cierta ideología que lo guía en ese sentido. No se debe olvidar que el mercado no existe en estado puro, se adapta a las configuraciones culturales que lo concretan y condicionan. En efecto, la economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden ser mal utilizadas cuando quien las gestiona tiene sólo referencias egoístas. De esta forma, se puede llegar a transformar medios de por sí buenos en perniciosos. Lo que produce estas consecuencias es la razón oscurecida del hombre, no el medio en cuanto a tal. Por eso, no se deben hacer reproches al medio o instrumento, sino al hombre, a su conciencia moral y a su responsabilidad personal y social”.

Más claro, agua.

Me queda por abordar el caso del Papa Francisco. Tengo un enorme respeto y admiración por este Papa cuando habla de la necesidad de proteger a los más débiles, viendo en ellos la carne de Cristo, de forma que se puedan aliviar sus necesidades más vitales y perentorias. Esto está dentro de la tradición de la DSI. Pero cuando dice cosas tan directas y brutales contra el sistema capitalista, como que este sistema mata y otras cosas por el estilo, es evidente que su desconocimiento del sistema es total. Peor aún. Como sudamericano que es, lo que conoce es lo que más arriba he llamado “capitalismo de compinches”, en los que dictadores y tiranos de uno y otro signo, han usado su poder para evitar crear la seguridad jurídica necesaria que permita a los ciudadanos más pobres de esos países acceder a crear empresas rentables con la seguridad de que el fruto de su trabajo no les va a ser arrebatado. El peronismo argentino, en el que el Papa ha crecido, es un claro exponente de ese “capitalismo de compinches”. Aberración que se ha pretendido tapar con dádivas estatales demagógicas que no solo han conseguido el empobrecimiento material de la población, sino su empobrecimiento antropológico. Pero identificar ese sistema con el capitalismo de libre empresa bajo el imperio de la ley, de una ley igual para todos es un error bastante burdo. Ojalá Francisco tenga un proceso como el de Juan Pablo II que le permita tener un conocimiento más cabal de lo que es el libre mercado bajo el marco de la seguridad jurídica, es decir, del capitalismo. Estoy seguro de que si recorriese este camino, su tono y sus juicios hacia el capitalismo cambiarían. Ojalá.

Para terminar, quiero comentar dos cosas que me dan, una pena y la otra rabia. La que me da pena se refiere a la cantidad de católicos que llevados de lo que yo creo que es un buenismo de aceptación de mentiras simples que suenan bonitas, tienen una actitud enormemente negativa hacia la economía de libre mercado. Me gustaría que se adentrasen en el intento de entender la verdad compleja de cómo el capitalismo es una impresionante máquina de crear riqueza para masa ingentes de población y de hacer disminuir la pobreza de forma significativa. Pero, cada uno es cada uno y respeto estas opiniones aunque creo que son erróneas. Me gustaría, en las preces de las Misas, en las que oigo pedir por todo tipo de personas e instituciones, en todo tipo de situaciones, oír alguna vez una petición por los empresarios honestos que con su esfuerzo y creatividad crean riquza y bienestar para millones de personas. Nunca he oído algo así. Ahora, la rabia. Lo que me da rabia es que haya católicos que se sienten con una como patente de corso para distribuir certificados de buen catolicismo a diestro y siniestro. Y éstos aduaneros del catolicismo, autonombrados veedores de la paja en el ojo ajeno, haciendo una lectura sesgada de la DSI, tachan de malos católicos, casi casi de herejes, a los católicos que creemos que el capitalismo y el libre mercado son la única posibilidad de crear riqueza y hacer retroceder la pobreza, como ha hecho en los últimos 250 años. ¡Harto estoy de estos jueces hipócritas de conciencias ajenas!



[1] No soy ni mucho menos canonista y no pretendo, por tanto que esta escala de documentos del magisterio de la Iglesia sea exhaustiva ni que ese sea exactamente el orden de importancia de los documentos. Pero la exactitud en este tema no afecta a lo que sigue.
[2] El término no es inventado por mí y su sentido original está dirigido contra las llamadas “puertas giratorias”, es decir, la inadmisible compra por parte del poder económico del favor del poder político. La razón fundamental de que existan estas “puertas giratorias” es el hecho de que el poder político tenga demasiadas atribuciones para repartir prebendas, lo que hace que aparezca a su alrededor una nube de “moscones” que buscan esas prebendas. Pero, una vez, más, el liberalismo económico lo que persigue es, precisamente, que el poder político no tenga atribuciones que le permitan “mangonear” y atraer a esos “moscones”. El sentido que yo doy al término capitalismo de compinches queda expresado en el texto.

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