27 de febrero de 2016

Beneficencia gratuita, beneficencia interesada

Hace tiempo leí un artículo de Pedro Schwartz en el que expresaba una idea que me pareció interesante y que guardé en mi cabeza para desarrollarla un poco en otro momento. Ese momento es ahora. Venía a decir que hay dos maneras de ejercer la beneficencia[1]. Una, que se podría llamar beneficencia gratuita y otra que podríamos denominar, por contraposición, beneficencia interesada.

La primera se caracteriza por tres atributos:

a)     Proporciona a quien la recibe un bien dado gratuitamente. Es decir, quien la practica no espera nada material a cambio por parte de quien la recibe. Más, suele suponer algún tipo de sacrificio por parte de quien la hace.
b)     Se lleva a cabo con esa intención específica.
c)     Se lleva a cabo con personas identificables. Tal vez no se sabe qué persona concreta la va a recibir, pero sí que van a recibirla, por ejemplo, los niños de un pueblo de Uganda que una determinada ONG, por ejemplo, construya una escuela para que los niños puedan recibir educación.

La segunda, la interesada, carece de estos tres atributos. Casi, casi podría decirse que los contradice.

a)     Se hace con un interés material por parte de quien la hace. Generalmente a cambio de dinero.
b)     La intención fundamental, en general, no es buscar directamente el bien del otro, aunque su práctica suele suponer un bien para ambas partes. Es del tipo ganar-ganar.
c)     Generalmente se diluye en una colectividad anónima.

Por supuesto que no se trata de elegir una u otra, ambas son necesarias y ambas hacen mucho bien. Esta segunda se puede encarnar en la vida profesional y en las empresas. Naturalmente, esta beneficencia se puede pervertir si la intención expresada en a) se basa en el engaño o en dar a la otra parte algo que no vale lo que paga, instaurando una relación yo gano-tú pierdes. En ese caso no merece el excelso nombre de beneficencia. Para que lo merezca se debe basar en la verdad, la transparencia, el respeto a las leyes justas, a los pactos y a los contratos y, naturalmente, en el principio de no maleficencia. Pero hay un dicho que afirma que se puede engañar a mucha gente pocas veces o a poca gente muchas veces, pero no a mucha gente muchas veces. Como todos los dichos populares, éste tiene sus excepciones, pero en líneas generales se cumple. La empresa, en el sentido amplio de la palabra, que pretenda basarse en el engaño, o en la entrega de algo que no tiene para quien lo recibe el valor que paga por ello, suele acabar en la ruina y, si las leyes funcionan como deben, los tramposos en la cárcel.

Por supuesto que la beneficencia gratuita también se puede pervertir por corrupción de la condición a). Hay gente que la práctica, pero está continuamente recordando a quien la recibe que tiene una deuda emocional con él. Además, estas deudas emocionales son las que más daño pueden hacer porque si quien se cree acreedor de esa deuda sabe explotarla, puede llegar a tener a la persona receptora en situación de una deuda perpetua e impagable, haga lo que haga e, incluso, llegar a crear en la persona receptora una profunda sensación de dependencia y de frustración. Y es trágico cuando esta beneficencia se transforma en subsidio. Alguien me dijo un día una frase: “El subsidio genera dependencia, la dependencia genera resentimiento, el resentimiento genera odio y el odio genera violencia”. Quien me la dijo es una persona que ha dedicado su vida en República Dominicana a ayudar a los más pobres a salir de la pobreza mediante microcréditos productivos responsables, sin ánimo de lucro[2]. O sea, que sabía de lo que hablaba. Esa misma persona me dijo otra cosa que merece la pena ser reseñada: “El camino de la beneficencia gratuita (no me lo dijo usando esta expresión, puesto que no había leído el artículo de Pedro Schwartz) está pavimentado de eficiencia”. Y creo que tiene micha razón.

Sobre estas dos formas de beneficencia podría aplicarse el conocido proverbio, un poco modificado por mí, que afirma que el que da un pez a un hombre le da de comer un día, pero el que le vende una caña y le enseña a pescar, aunque le cobre por ello, le da de comer para toda su vida.

Con todo, es evidente que la gente valora más la primera forma de beneficencia que la segunda. Pero lo que no es evidente, es más cabe razonablemente dudarlo, es cuál de las dos genera en el mundo más bien. Yo creo que la segunda. ¿Por qué? Porque la primera está casi siempre sometida a un límite. Nadie puede dar para beneficencia más de lo que tiene. Ni siquiera el que siga al pie de la letra el consejo evangélico de vender todo y dárselo a los pobres –que son pocos los que lo siguen– puede dar cantidades ilimitadas. Por tanto, la beneficencia gratuita tiene un límite. En cambio, la beneficencia interesada es, en principio ilimitada, porque genera riqueza y esa generación, en principio, no tiene límites, aunque lleva su tiempo. Y hay gente que quiere que esa beneficencia interesada haga milagros ¡YA! Y lejos de reconocer lo que ha hecho en los últimos dos siglos, se indigna por lo que todavía no ha hecho o por los fallos que hay en lo que ha hecho. ¡O perfección o nada! Pero el impresionante desarrollo del mundo en los últimos dos siglos se ha producido, con todos los fallos que se quiera, por la beneficencia interesada. Y el hecho de que la pobreza extrema haya bajado en el mundo, por primera vez desde la historia de la humanidad, del 10%, es también, fundamentalmente, debido a la beneficencia interesada, sin negar, por supuesto, a la gratuita, su inmenso valor. Y si los países pobres salen alguna vez de la pobreza, será, sin lugar a dudas, porque en ellos haya seguridad jurídica que permita desarrollarse empresas. Empresas que serían artífices de una beneficencia interesada que disminuiría rápidamente la pobreza.

Es decir, será el capitalismo, como epítome de la beneficencia interesada, el que mitigue la pobreza en el mundo. Cómo no, dirá alguno, Tomás tiene que acabar hablando de la bondad del capitalismo. Es puro utilitarismo. No es así. Es, o puede ser utilitarismo impuro porque el capitalismo puede estar teñido de caridad. Nada, absolutamente nada, hace incompatible una cosa con la otra, el capitalismo con la caridad. Así pues, ¡viva el utilitarismo impuro! Y sí, hablaré una y otra vez de ello, porque lo creo con toda mi alma y porque deseo, también con toda mi alma, que con ello la pobreza en el mundo disminuya. No obstante, como he dicho más arriba, y también he repetido hasta la saciedad, y seguiré repitiendo, la beneficencia interesada del capitalismo puede adulterarse. Pero entre las propias reglas del mercado y la sabia aplicación del código civil y penal, esas adulteraciones pueden, si no evitarse del todo, sí limitarse en una gran medida. Y como hoy estoy de frasecitas, cito una de Alexis de Tocqueville (aunque no tengo la seguridad de que sea suya): “Para que las leyes importantes se cumplan es fundamental que no haya muchas leyes inútiles que no se cumplen”. ¡Bien por Alexis!

Entonces, ¿por qué, tienen más fácilmente las ideas socialista, e incluso las populistas entre la gente que las ideas liberales? También aquí me apoyo en Alexis de Tocqueville. “La gente acepta mejor una mentira simple que una verdad compleja”. ¡Qué cierto! Si alguien dice que la gente más pobre viviría mejor si se duplicase el salario mínimo, la mayoría de la gente acepta esta mentira simple. En cambio, si dice que el despido libre fomenta el pleno empleo, esta verdad como una casa es compleja de entender y requiere una formación libre de los prejuicios simplistas del socialismo, que han calado en gente que no por asomo es socialista. Por tanto, mucha gente no la aceptará. ¿Otro ejemplo? Si alguien dice que una empresa del Estado será capaz de hacer productos más baratos y mejores porque no tiene que generar beneficio, muchísima gente aceptará el simplismo de esta mentira. Pero si dice que las empresas privadas, precisamente porque buscan el beneficio, acabarán haciendo productos mejores y más baratos si se deja actuar al mercado libremente, habrá mucha gente que rechazará esta verdad compleja. Y lo mismo se puede decir si se habla del Estado subvencionador del Estado del Bienestar tal y como lo entendemos en Europa y de miles de cosas más que forman el credo socialista y socialdemócrata.

Pero bueno, como soy un poco masoca, me divierte predicar en el desierto. Además, siempre queda algo.



[1] La palabra beneficencia la empleo aquí en su sentido etimológico, “hacer el bien” no en el sentido coloquial de “caridad” (palabra, a su vez, mal entendida en el sentido coloquial).
[2] Por supuesto, las actividades de microcréditos –o más ampliamente microfinanzas, porque se ofrecen facilidades e microahorro o de microseguros–, que en general no tienen ánimo de lucro, prestan dinero con un interés y exigen su devolución. Es la manera de que la actividad sea no sólo sostenible, sino que permita llegar a más gente cada vez. Es una excelente manera de hacer beneficencia gratuita.

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