24 de diciembre de 2015

Todavía llega a tiempo para Nochebuena

Es la felicitación de Navidad más maravillosa que me hayan mandado nunca y quiero compartirla con todos vosotros. ¡Feliz Navidad!

Estamos en familia, como cualquier mañana de sábado o domingo. Las niñas juegan haciendo casitas entre los sillones. El sol entra por la ventana y calienta la mesa del desayuno. Es la fría mañana del día de nochebuena. La sombra del desayuno deja ver cómo el calor del café se eleva como una columna de incienso invisible. Eso me recuerda a la solemnidad de un templo en las grandes celebraciones, pero esta vez es mi casa, con su cotidianidad, la que se convierte en templo.

Todo esto me llena de agradecimiento, porque sé que algo grande y sagrado se esconde detrás de los juegos de mis hijas, detrás de ese sencillo desayuno. Un llanto, una discusión sobre el gorro mágico de novia, la colchoneta que vuela, la cumpleañera, el niño imaginario etc..., todo eso se convierte en una melodía mágica y sagrada.

Para mí, este es el regalo, porque nada de esto lo he comprado o ganado con mi esfuerzo. Simplemente es un regalo, o en término más espiritual, un gran don.

Al mismo tiempo, no puedo dejar de ser consciente de la tristeza que sufren tantas personas. Basta dar un paseo esta mañana por la calle para ver que existe soledad, desamparo y sufrimiento en demasiadas personas. Existe también un clamor, un por qué con dolor, que se eleva también como el incienso, de corazones rotos. Esta también es la realidad de la Navidad. Un mundo lleno de contrastes. Pero así es la oración silenciosa que sube, la de agradecimiento, la de dolor y soledad. Todo gesto del corazón llega a un lugar dónde no se pierden ni las sonrisas ni las lágrimas.

Unos lo creerán, otros no. Pero la verdadera felicidad no es más que saberse amado y amar en este mundo imperfecto. Y la misericordia no es más que esa respuesta de amor, humilde, torcida, pero profundamente verdadera. Alguien ha puesto su mirada sobre mi y me mira con infinito cariño, tal como me gustaría poder mirar siempre a mis hijos. Ese mismo es el que se hace niño y será capaz de dar la vida y todo lo que tiene por mi. 


Dios mío, gracias por la Navidad.

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