27 de diciembre de 2014

Preguntas a un imán musulmán y respuestas a una creyente judía

En la Universidad donde trabajo estamos realmente interesados en el diálogo inter religioso. Por eso, de cuando en cuando invitamos a representantes de otras religiones para cambiar impresiones sobre ellas y el cristianismo.

En una de esas ocasiones tuvimos con nosotros al Imán que regentaba la mezquita de la M-30. Era un egipcio que pretendía dar, ante un numeroso auditorio de estudiantes y profesores, una imagen de moderación, presentando al Islam como una religión abierta y dialogante. Tras su alocución le dije que, habiendo leído, como lo he hecho, varias veces el Corán, me parecía que había en él pasajes que incitaban a la violencia. Me anticipé a decir que también había pasajes así en la Biblia, pero que si esta se reinterpretaba a la luz del código de amor de Jesucristo, todo cobraba un nuevo sentido. Me respondió que en el evangelio también había incitaciones a la violencia y me citó el pasaje en el que se dice: “El hermano entregará a su hermano a la muerte y el padre a su hijo. Se levantarán hijos contra padres y los matarán”. Naturalmente, le aclaré que eso no era una recomendación de Jesús a sus discípulos, sino una advertencia de lo que les pasaría por su fe. Entonces le hice varias preguntas.

“Si usted –le pregunté– saliese mañana a la calle delante de su mezquita repartiendo hojas con argumentos para que la gente se convirtiese al Islam, ¿Qué le pasaría?” “Nada” –me respondió. “Y –continué– si eso mismo lo hiciera yo o un sacerdote católico en una calle de El Cairo, ¿Qué le ocurriría?” Su respuesta fue un silencio sepulcral.

“Si mañana mi hija –continué– se convirtiese al Islam, no le negaré que me llevaría un terrible disgusto. Pero seguiría viviendo en mi casa y seguiría considerándola mi hija y queriéndola. Sus amigas seguirían siendo sus amigas, seguiría yendo al mismo colegio y, más tarde a la Universidad que quisiese. Su vida seguiría transcurriendo por cauces de normalidad. ¿Qué pasaría si su hija se convirtiese al cristianismo?” Otra vez, el silencio fue la única respuesta.

***

En otra ocasión, tuvo lugar una mesa redonda en la que un profesor de la Universidad y una joven mujer judía sefardita argentina, también profesora universitaria, tenían que exponer su perspectiva de sus respectivas religiones. Empezó el profesor, explicando su visión del cristianismo. Algo en su exposición molestó profundamente a la profesora argentina, porque su presentación de transformó en una airada réplica hacia la exposición anterior que, poco a poco, se fue tornando agresiva hacia la audiencia en general, que no había abierto la boca. En el diálogo, de poco sirvieron las disculpas que el cristiano quiso presentar ante la posible falta de respeto que la judía estimaba que se había producido contra su religión. Los ánimos se encrespaban más y más. Llegó el turno de las preguntas del público y levanté la mano. Me dieron la palabra.

“Yo soy judío –empecé–. Creo que el judaísmo es una religión con un concepto ético superior a todo lo que surgió antes de ella. Aunque la Torá tiene pasajes sumamente violentos, la inmensa mayoría de los judíos los han interpretado siempre de una forma simbólica. Los grandes profetas del judaísmo son como faros que han alumbrado el camino a la humanidad. ‘Hombres que el mundo no merecía’ según afirma la epístola a los hebreos del Nuevo Testamento. Pero en el judaísmo me faltan dos piezas importantes para completar el puzle de una religión perfecta.

La primera se refiere a la bondad de Dios. Soy incapaz de argumentar desde el judaísmo a la gran cuestión que el mundo plantea hoy a las religiones monoteístas. ¿Cómo un Dios bueno puede permitir tanto sufrimiento, tanto dolor, tanta injusticia, tanto mal en el mundo? Es una cuestión que me duele en el alma y sólo, únicamente, puedo argumentar desde la figura de Jesucristo. Dios hecho hombre para experimentar todas nuestras miserias, para vivir con nosotros y en nosotros todos y cada uno de nuestros dolores, nuestros traumas, los pisoteos e injusticias, maldades y crueldades que hayamos podido sufrir todos los seres humanos que han sido, son y serán en el mundo, desde el primero que existió hasta que desaparezca el último. Sin Cristo, Dios encarnado, me quedo mudo ante la pregunta del mundo.

La segunda pieza que me falta en el judaísmo se refiere a la muerte. No soy, ni de lejos, una persona obsesionada con la muerte. Creo no tenerla miedo. Al menos no hasta que, como dijo el poeta, no mire sus vertiginosos ojos claros. Pero he presenciado suficientes muertes como para darme cuenta de que debe ser un trance terrible. Sé que el judaísmo, al menos en su elaboración tardía, cree que al otro lado de la Estigia está el Altísimo esperándonos. Y eso es consolador. Pero, ¿quién nos franqueará el paso ante el can Cerbero? ¿Quién nos acompañará en esa travesía? ¿Tendremos que estar a solos, mano a mano, cara a cara con el terrible Caronte? Quién calmará las aguas de Estigia cuando amenacen con volcar la barca. La respuesta del judaísmo, incluso en su elaboración tardía, es: NADIE. Sin embargo, Cristo, Dios, y hombre como yo, ya ha pasado por ese trance. Ya no hay Cerbero, ni Estigia, ni Caronte. Sólo el lago de Genesaret y, si sus aguas se encrespan, el guardián de Israel, Cristo, que no duerme ni sestea y que está con nosotros en la barca, las calmará.


Esas dos piezas, que el judaísmo está pidiendo a gritos, las pone Cristo, convirtiendo así al Altísimo en el Cercanísimo y a mí, de sólo judío, en cristiano.

2 comentarios:

  1. El titulo y luego el contenido de tu entrada me recordo muchisimo algo que lei hace años. Sigue en linea! asi que te lo comparto:

    Se llama: Judios, Moros y Cristianos
    http://www.quaelibet.net/Ejercicios/Ej_jud.html


    Saludos Tomas, y felices fiestas, sobre todo feliz Navidad!

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  2. Gracias por tu comentario y por el extraordinario texto del link que adjuntas. Espero poder comentarlo pronto.
    Un abrazo
    Tomas

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