7 de octubre de 2013

Carta del Papa Emérito Benedicto XVI al matemático ateo Piergiorgio Odifreddi

Publico hoy en el blog algo que, ya está por todas partes en la red, pero que no quiero dejar de contribuir a su difusión con mi granito de arena. Es un intercambio intelectual entre el Papa Emérito Benedicto VVI y un matemático ateo italiano, Piergiorgio Odifreddi.

Introducción de Piergiorgio Odifreddi a la publicación de un extracto de la carta de Benedicto XVI

Me llega un sobre cerrado y, dentro, once páginas que empiezan con una petición de excusas por el retraso.

Poquísimas personas en el mundo, y Eugenio Scalfari es una de ellas, pueden comprender la sorpresa y la emoción que se experimentan al recibir, en la propia casa, una inesperada carta de un Papa. Una sorpresa y emoción que no queda empañada por el hecho de ser un no creyente, porque el ateísmo se refiere a la razón, mientras que la personalidad y los símbolos del poder actúan bajo el influjo de los sentimientos.
Esta sorpresa y esta emoción empezarin para mí el 3 de Septiembre, cuando me llegó por correo un sobre sellado, con 11 páginas fechadas el 30 de Agosto en las que Benedicto XVI responde a mi Querido Papa, te escribo (Mondadori 2011). Una respuesta que me ha sorprendido por dos razones. Antes de nada, porque un Papa haya leído un libro que, en la contracubierta, era presentado como una “luciferina introducción al ateísmo”. Y, luego, porque haya querido comentarlo y discutirlo.

Poco después de la dimisión de Ratzinger, me apoyé en un amigo común, para pedirle al arzobispo Georg Gänswein si sería posible hacerle llegar al ya Papa emérito una copia de mi libro, con la esperanza de que pudiese ver. Pronto se me dijo que lo había recibido y, después, que lo estaba leyendo. Pero que pudiese responderme y, por añadidura, comentarlo en profundidad, estaba más allá de toda esperanza razonable.

Abrir el sobre y encontrar 11 páginas, que empezaban con una petición de excusa por el retraso en la respuesta, y un agradecimiento por la lealtad del trato, era la realización de lo máximo que podría esperarse como posible en un mundo en el que, habitualmente no se hace más que lo mínimo. Y era también la satisfacción de ver finalmente tomado en serio y no rechazar, aunque tampoco compartir, mis argumentos a favor del ateismo y contra la religión en general y el catolicismo en particular.

Por otra parte, yo no había dirigido ninguna carta abierta a Ratzinger. Después de haber leído su Introducción al Cristianismo, por sugerencia de Sergio Valzania, comprendí que la fe y la doctrina de Benedicto XVI, a diferencia de las de otros, eran suficientemente sólidas y aguerridas para poder muy bien afrontar y sostener un ataque frontal. Un diálogo con él, aunque entonces imaginado a distancia, podría revelarse como una empresa estimulante y no banal, que se podría afrontar con la cabeza alta.

Escribiendo mi libro como un comentario al suyo, había buscado favorecer la, por otro lado, remota posibilidad de que un día el destinatarios pudiera, efectivamente, recibirlo. Rebajé, por tanto, el tono sarcástico de otros escritos, eligiendo un estilo de intercambio entre profesores del mismo estilo, obviamente, en el sentido académico de la expresión. Y me concentré en argumentos intelectuales que podía esperar que mantuvieran viva su atención, sin renunciar a afrontar de lleno los problemas internos de la fe y su relación externa con la ciencia.

Evidentemente, esta aproximación no era descabellada, visto que ha logrado su objetivo: que, obviamente, no era de “convertir al Papa” sino plantear honestamente la perplejidad y, a veces, la incredulidad de un matemático sobre la fe. Análogamente, la carta de Benedicto XVIno busca “convertir al ateo”, sino oponerle honestamente la propia perplejidad simétrica y, a veces, la incredulidad de un creyente muy especial hacia el ateísmo.

El resultado es un diálogo entre fe y razón que, como hace ver Benedicto XVI, nos ha permitido a ambos confrontarlas francamente, y a veces duramente, en el espíritu de ese Atrio de los Gentiles que el mismo había lanzado en el 2009. Si me he tomado algunas semanas para hacer pública su participación en el diálogo, es porque quería estar seguro de que el no desease mantenerla privada.

Ahora que he recibido la confirmación, anticipo que (he omitido)[1] una parte de su carta, que, de cualquier manera, es demasiado larga y detallada para ser transcrita íntegramente, sobre todo su sección filosófica inicial. Lo será en breve (publicada integramente)[2] en una nueva versión de mi libro, ampliado en las partes en las que él ha querido centrarse y ampliado con el relato del nacimiento y el desarrollo de lo que ha resultado ser algo único en la historia de la Iglesia: un diálogo entre un Papa teólogo y matemático ateo. En desacuerdo en casi todo, pero unidos al menos por un objetivo: la búsqueda de la Verdad, con mayúscula.



Extracto, hecho por Piergiorgio Odifreddi de la carta de Benedicto XVI

Ilustrísimo señor profesor Odifreddi, (...) quisiera darle las gracias por haber intentado confrontarse con mi libro con todo detalle y, de esta forma, con mi fe: precisamente esto es en gran parte lo que había pretendido en mi discurso a la Curia Romana con ocasión de la Navidad de 2009[3]. Debo darle las gracias también por la forma leal en que ha tratado mi texto, intentando sinceramente hacerle justicia.

Mi juicio sobre su libro en su conjunto, en cambio, es en sí mismo más bien chocante. He leído algunas partes con placer y provecho. En otras partes, sin embargo, me ha sorprendido una cierta agresividad y lo descuidado de la argumentación. (...)
 
Varias veces, usted me dice que la teología es ciencia ficción. Por eso me sorprende que usted, sin embargo, considere mi libro digno de una discusión tan detallada. Permítame proponerle respecto a esta cuestión cuatro puntos:
 
1. Es correcto afirmar que “ciencia”, en el sentido más estricto de la palabra, es únicamente la matemática, aunque he aprendido de usted que, incluso aquí, sería oportuno distinguir entre la aritmética y la geometría. En todas las demás materias específicas, la cientificidad tiene en cada caso su propia forma, según la particularidad de su objeto. Lo esencial es que se aplique un método verificable, que se excluya la arbitrariedad y que se garantice la racionalidad en sus respectivas diferentes modalidades.
 
2. Usted debería por lo menos reconocer que, en el ámbito histórico y en el del pensamiento filosófico, la teología ha producido resultados duraderos.
 
3. Una función importante de la teología es la de mantener la religión ligada a la razón y la razón a la religión. Ambas funciones son de esencial importancia para la humanidad. En mi dialogo con Habermas mostré que existen patologías de la religión y –no menos peligrosas– patologías de la razón. Ambas, religión y razón, necesitan una de la otra, y tenerlas continuamente conectadas es una tarea importante de la teología.

4. La ciencia visión[4] existe, por otro lado, en el ámbito de muchas ciencias. Lo que usted expone sobre las teorías sobre el inicio y el fin del mundo en Heisenberg, Schrödinger etc., lo designaría como ciencia visión en el buen sentido: son visiones y anticipaciones, para llegar a un verdadero conocimiento, pero son, precisamente, sólo imaginaciones con las que intentamos acercarnos a la realidad. Existe, por otro lado, ciencia visión a gran escala también dentro de la teoría de la evolución. El gen egoísta de Richard Dawkins es un ejemplo clásico de ciencia visión. El gran Jacques Monod escribió frases que él mismo incluiría en su obra seguramente sólo como ciencia visión. Cito: "La aparición de los vertebrados tetrápodos... se origina por el hecho de que un pez primitivo "decidió" ir a explorar la tierra, sobre la que sin embargo no era capaz de trasladarse más que saltando de un modo torpe y creando así, como consecuencia de una modificación de comportamiento, la presión selectiva gracias a la cual se habrían desarrollado los miembros robustos de los tetrápodos. Entre los descendientes de este audaz explorador, de este Magallanes de la evolución, algunos pueden correr a una velocidad superior a los 70 km por hora..." (citado según la edición italiana Il caso e la necessità, (El azar y la necesidad) Milán 2001, pág. 117).

En todos los temas discutidos hasta ahora se trata de un dialogo serio, por el que yo –como he dicho ya repetidamente– le estoy agradecido. Las cosas son diferentes en el capítulo sobre el sacerdote y sobre la moral católica, y aún más en los capítulos sobre Jesús. En cuanto a lo que dice usted del abuso moral de menores por parte de sacerdotes, puedo –como usted sabe– tomar nota sólo con profunda consternación. Nunca he intentado tapar estas cosas. Que el poder del mal penetre hasta tal punto en el mundo interior de la fe es para nosotros un sufrimiento que, por una parte, debemos soportar, mientras que, por la otra, debemos al mismo tiempo hacer todo lo posible para que casos de este tipo no se repitan. No es tampoco motivo de consuelo saber que, según las investigaciones de los sociólogos, el porcentaje de sacerdotes reos de estos crímenes no es mayor que el que se da en otras categorías profesionales semejantes. En todo caso, no se debería presentar ostentosamente esta desviación como si se tratara de una inmundicia específica del catolicismo.
 
Si bien no es lícito callar sobre el mal en la Iglesia, tampoco se debe callar la gran estela luminosa de bondad y de pureza que la fe cristiana ha trazado a lo largo de los siglos. Hay que recordar a las grandes y puras figuras que la fe ha producido –de Benito de Nursia y su hermana Escolástica, a Francisco y Clara de Asís, a Teresa de Ávila y Juan de la Cruz, a los grandes Santos de la caridad como Vicente de Paúl y Camilo de Lellis, hasta Madre Teresa de Calcuta y a las grandes y nobles figuras de la Turín del siglo XIX–. Hoy es verdad también que la fe empuja a muchas personas al amor desinteresado, al servicio a los demás, a la sinceridad y a la justicia. (...)
 
Lo que usted dice sobre la figura de Jesús no es digno de su categoría científica. Si usted plantea la cuestión como si de Jesús, en el fondo, no se supiera nada y que de Él, como figura histórica, nada fuese posible saber, entonces puedo sólo invitarle de modo decidido a hacerse un poco más competente desde un punto de vista histórico. Le recomiendo para esto sobre todo los cuatro volúmenes que Martin Hengel (exegeta de la Facultad teológica protestante de Tübinga) publicó junto con Maria Schwemer: es un ejemplo excelente de precisión histórica y de amplísima información historiográfica. Frente a esto, lo que dice usted sobre Jesús es un hablar descuidado que no debería repetir. Que en la exegesis se hayan escrito muchas cosas de poca seriedad es, por desgracia, un hecho incontestable. El seminario americano sobre Jesús que usted cita en las páginas 105 y ss. no hace sino confirmar, otra vez más, lo que Albert Schweitzer había notado respecto a la Leben-Jesu-Forschung (Investigación sobre la vida de Jesús) es decir, que el llamado "Jesús histórico" es más bien el espejo de las ideas de los autores. Tales formas mal logradas de trabajo histórico, sin embargo, no comprometen en absoluto la importancia de la investigación histórica seria, que nos ha llevado a conocimientos seguros y ciertos sobre el anuncio y la figura de Jesús.
 
(...) Además debo rechazar con fuerza su afirmación (pag. 126) según la cual yo habría presentado la exegesis histórico-critica como un instrumento del anticristo. Tratando el relato de las tentaciones de Jesús, sólo he retomado la tesis de Soloviev, según la cual la exégesis histórico-crítica puede ser usada también por el anticristo –lo que es un hecho incontestable–. Al mismo tiempo, sin embargo, siempre –y en particular en el prólogo al primer volumen de mi libro sobre Jesús de Nazaret– he aclarado de modo evidente que la exegesis histórico-crítica es necesaria para una fe que no propone mitos con imágenes históricas, sino que reclama una historicidad verdadera y por ello debe presentar la realidad histórica de sus afirmaciones también de modo científico. Por esto no es tampoco correcto que usted diga que yo me habría interesado sólo en la metahistoria: todo lo contrario, todos mis esfuerzos tienen el objetivo de mostrar que el Jesús descrito en los Evangelios es también el Jesús histórico real; que se trata de historia realmente ocurrida. (...)
 
Con el 19° capítulo de su libro volvemos a los aspectos positivos de su dialogo con mi pensamiento. (...) A pesar de que su interpretación de Jn 1,1[5] está muy lejos de lo que el evangelista pretendía decir, existe sin embargo una convergencia que es importante. Si usted, no obstante, quiere sustituir a Dios por “la naturaleza”, sigue estando la pregunta de qué o quién es esta naturaleza. En ningún lugar usted la define, por lo que aparece como una divinidad irracional que no explica nada. Quisiera, sin embargo, hacer notar, sobre todo, que en su religión de las matemáticas no se tienen en cuenta tres temas fundamentales de la existencia humana: la libertad, el amor y el mal. Me sorprende que usted, de un solo plumazo, liquide la libertad que, sin embargo, es y ha sido el valor fundamental de la época moderna. El amor, en su libro, no aparece, y tampoco hay información alguna sobre el mal. Diga lo que diga la neurobiología sobre la libertad, en el drama real de nuestra historia ésta está presente como realidad determinante y debe ser tomada en consideración. Pero su religión matemática no conoce información alguna sobre el mal. Una religión que descuida estas preguntas fundamentales se queda vacía.

Ilustrísimo señor profesor, mi crítica a su libro es en parte dura. Pero la franqueza forma parte del dialogo; sólo así puede crecer el conocimiento. Usted ha sido muy franco y así también aceptará que yo lo sea. En todo caso, sin embargo, valoro muy positivamente el hecho de que usted, a través de su confrontación con mi “Introducción al cristianismo”, haya buscado un dialogo tan abierto con la fe de la Iglesia católica y que, a pesar de todos los contrastes, en el ámbito central, no falten del todo convergencias.
 
Con cordiales saludos y mis felicitaciones por su trabajo.
 
Benedicto XVI



[1] Este paréntesis es mío, pero es evidente que la frase, sin él, quedaría incompleta y que es eso lo que Odifreddi quiere decir.
[2] Ver nota 1
[3] Benedicto XVI se refiere a las siguientes palabras de ese discurso en el que inauguró el llamado ‘atrio de los gentiles’: “Pero considero importante sobre todo el hecho de que también las personas que se declaran agnósticas y ateas deben interesarnos a nosotros como creyentes. Cuando hablamos de una nueva evangelización, estas personas tal vez se asustan. No quieren verse a sí mismas como objeto de misión, ni renunciar a su libertad de pensamiento y de voluntad. Pero la cuestión sobre Dios sigue estando también en ellos, aunque no puedan creer en concreto que Dios se ocupa de nosotros. […]. Como primer paso de la evangelización debemos tratar de mantener viva esta búsqueda; debemos preocuparnos de que el hombre no descarte la cuestión sobre Dios como cuestión esencial de su existencia; preocuparnos de que acepte esa cuestión y la nostalgia que en ella se esconde. Me vienen aquí a la mente las palabras que Jesús cita del profeta Isaías, es decir, que el templo debería ser una casa de oración para todos los pueblos (cf. Is 56, 7; Mc 11, 17). Él pensaba en el llamado "atrio de los gentiles", que desalojó de negocios ajenos a fin de que el lugar quedara libre para los gentiles que querían orar allí al único Dios, aunque no podían participar en el misterio, a cuyo servicio estaba dedicado el interior del templo. Lugar de oración para todos los pueblos: de este modo se pensaba en personas que conocen a Dios, por decirlo así, sólo de lejos; que no están satisfechos de sus dioses, ritos y mitos; que anhelan el Puro y el Grande, aunque Dios siga siendo para ellos el "Dios desconocido" (cf. Hch 17, 23). Debían poder rezar al Dios desconocido y, sin embargo, estar así en relación con el Dios verdadero, aun en medio de oscuridades de diversas clases. Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de "atrio de los gentiles" donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia. Al diálogo con las religiones debe añadirse hoy sobre todo el diálogo con aquellos para quienes la religión es algo extraño, para quienes Dios es desconocido y que, a pesar de eso, no quisieran estar simplemente sin Dios, sino acercarse a él al menos como Desconocido”. La nota al pie es mía.
[4] En la traducción del italiano de la que he copiado esto, habla de ciencia ficción. Me he tomado la libertad de cambiarlo por ciencia visión, porque el término ciencia ficción tiene, en la cultura española, connotaciones de literatura pseudocientífica, con principios científicos deformados sin ninguna base o con bases falsas, para hacer un relato interesante. Creo que esta idea está muy lejos de lo que Benedicto XVI quiere decir. Por ciencia visión se refiere, creo, a esas maneras, no probadas empíricamente, de relatar determinados acontecimientos o procesos. Relatos que tal vez puedan ser ciertos pero que, al no estar sometidos a la comprobación empírica, no tienen categoría de científicos por muy plausibles que, en algunos casos, puedan llegar a ser. Tal sería el caso de cosas como el multiverso, o el universo pulsante, o el proceso de especiación en la evolución. Es muy corriente en determinada literatura científica que se presenten como ciencia empíricamente probada cosas que no pasan de ser ciencia visión. Me atrevería a decir que, mientras que el proceso de especiación evolutiva, si bien no es comprobable empíricamente es, más que plausible, prácticamente innegable, el multiverso o el universo pulsante son meros relatos que tienen pocas probabilidades de ser ciertos aunque a menudo se presenten como “científicos”.
[5] “Al principio era la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”.

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