25 de septiembre de 2011

¿Se eqivocó Einstein?

Tomás Alfaro Drake


Empiezo por decir que me parecería apasionante que Einstein se hubiese equivocado. Demostraría, una vez más, que las “verdades” de la ciencia son siempre provisionales. Esto es algo inherente a la ciencia que no sorprende a ningún científico. Pero el imaginario popular ha llegado a creer que la ciencia sí descubre verdades inmutables. El último –que yo sepa– derrumbamiento de una de esas grandes “verdades” ocurrió hace poco más de diez años. Hasta entonces era “incuestionable” que el universo se estaba frenando en su expansión. La duda es si en ese frenado de su expansión llegaría un día a hacer que empezase a contraerse. Pues esa “verdad” se cayó por tierra cuando los científicos descubrieron que el universo se expandía cada vez más deprisa. Esto ha traído consigo que haya que revisar muchos conceptos y postular nuevas realidades como la constante cosmológica o la energía oscura. Y eso, a los buenos científicos, les encanta, porque abre nuevos caminos en el conocimiento de la realidad.

Ahora parece que se ha medido que unas partículas llamadas neutrinos han viajado a una velocidad ligerísimamente mayor que la de la luz. El adjetivo ligerísimamente, no quita ni un ápice a la importancia del descubrimiento, si se confirmase. La ruptura cualitativa –aunque sea mínima cuantitativamente– de una ley de la naturaleza que parecía un firme paradigma, es siempre un acontecimiento científico imponente. Esto les encanta a muchos científicos. También a los periodistas les encanta porque les da materia prima para titulares sensacionalistas que les ayudan a vender periódicos. Pero las motivaciones de científicos y periodistas no pueden ser más dispares. Unos se alegran cautamente, mientras esperan que las mediciones se confirmen y esto les permita avanzar en el conocimiento de la realidad, mientras que los otros se dejan llevar por el sensacionalismo intersado.

Pero, desgraciadamente, si tuviera que apostar, apostaría a que hay errores en las mediciones que las hacen incorrectas. Esto no es la expresión de un deseo –al contrario, mi deseo, como el de muchos científicos, es que se confirmen esos resultados, lo que sería muy excitante– sino que parte de un cierto conocimiento de la naturaleza de los neutrinos. En estos momentos miles de millones de neutrinos procedentes del Sol están atravesando la Tierra de un extremo a otro sin dejar la más mínima huella ni afectar para nada a un sólo átomo de nuestro planeta. Porque los neutrinos muy raramente interfieren con la materia “normal”. Como desde hace décadas los científicos quieren estudiar los neutrinos, han inventado para ello detectores de estas partículas. Consiste en llenar grandes minas abandonadas con agua pesada y otras sustancias que tienen una probabilidad mayor de interferir con los neutrinos que las sustancias que forman la Tierra. Así es el detector del Gran Sasso, lugar de llegada de los neutrinos del experimento. En estos detectores se detectan continuamente una mínima parte –aunque mayor de lo que detecta la Tierra entera– de los neutrinos que pasan por ellos. Por lo tanto, como están llegando a la tierra miles de millones de neutrinos cada segundo, siempre se están produciendo “disparos” por la detección de algunos de ellos, creando un “ruido” de fondo. Ni la densidad de neutrinos que vienen del sol es siempre la misma, ni el mínimo porcentaje detectados es siempre igual. Lo único que puede hacerse es acotar estadísticamente este ruido.

En punto de salida de esos neutrinos es el acelerador de partículas del CERN, instalado en Suiza. Los aceleradores no aceleran neutrinos. Aceleran átomos ionizados, protones, electrones u otras partículas cargadas eléctricamente, que hacen chocar entre sí. En estos choques se producen neutrinos que salen disparados en todas direcciones. Ahora bien, esos choques son “multitudinarios”. Es decir, los aceleradores aceleran un paquete de millones de partículas que chocan aleatoriamente con otro paquete que va en dirección contraria. Aunque esos paquetes están densamente empaquetados, en cada uno de ellos hay un primero y un último. Los choques no se pueden localizar en un momento exacto del tiempo. Puede chocar la primera de las partículas de un paquete con la primera del que viene de frente, con lo que el choque se produciría in poquito antes que si chocasen el último de un paquete con el último del otro. También el lapso de tiempo en el que se producen estos choques entre paquetes, se puede acotar estadísticamente, pero no con exactitud.

Así pues, los neutrinos producidos en el acelerador de Suiza, salen disparados en todas direcciones. Los que salen en la dirección del detector de neutrinos del Gran Sasso viajan 732 Km y llegan hasta el mismo. Una pequeña fracción de los mismos es detectada en él. Pero dado que el detector es una gran mina, la detección se puede producir el la parte de la mina más cercana a la fuente de neutrinos o en la más lejana. No se puede saber dónde se ha producido, pero puede haber varios cientos de metros de diferencia entre un posible lugar de detección y otro. El detector lo que mide es un aumento en el ruido de fondo de los “disparos” normales del detector. Aumento que se sale fuera de los rangos de la variación normal de ese ruido. Pero ese aumento de la frecuencia de “disparos” no se produce instantáneamente, sino que sube paulatinamente y es una cuestión estadística decidir cuándo se considera que ese aumento es inexplicable por variaciones aleatorias de los neutrinos emitidos por el Sol o del porcentaje de detección del detector. Si se supiese con exactitud la distancia entre el acelerador del CERN y el Gran Sasso, y el tiempo transcurrido entre las colisiones en el primero y el aumento de detecciones en el segundo, con sólo dividir lo uno por lo otro se obtiene la velocidad de los neutrinos. Ahora bien, ninguna de esas cosas se sabe con exactitud. No se sabe con exactitud la distancia, porque no se sabe en que lugar de la mina del Gran Sasso se han producido los “disparos”. No se sabe con exactitud el momento de partida de los neutrinos desde el acelerador, porque no se sabe el momento exacto de los impactos de las partículas del acelerador y no se sabe el momento exacto de llegada de los neutrinos al Gran Sasso, puesto que esto, como se ha visto antes, es una cuestión estadística. Por supuesto, todas estas posibles variaciones estadísticas han sido tenidas en cuenta por los científicos que han publicado sus resultados. Si no lo hubiesen hecho así, hubiesen hecho el ridículo en su presentación de los mismos. Pero el margen del supuesto exceso de velocidad de los neutrinos es mínimo. 60 milmillonésimas de segundo. Es decir, si los neutrinos viajasen a la velocidad de la luz deberían haber tardado 2,4 milisegundos en recorrer la distancia entre el acelerador del CERN y el Gran Sasso, cuando la estimación del tiempo es de 2,039994 milisegundos. Además, los científicos que han presentado ahora estos resultados, llevan bastantes años haciendo este tipo de medidas, y se supone que, si no han dicho nada, es porque los resultados estaban dentro de la normalidad. Un margen muy pequeño hecho en una sola medición entre muchas. Esto es razón más que suficiente para que la inmensa mayoría de los científicos opinen que hay que ser extremadamente cautos y esperar a que otros científicos repitan los resultados y, a ser posible, usando métodos diferentes. Así de prudente tiene que ser la ciencia, a diferencia de los periodistas.

Por otro lado, tenemos la propia teoría de la relatividad. Esta teoría está basada en unas ecuaciones matemáticas de una unidad y coherencia impresionantes. Esto quiere decir que no es posible que una parte de la teoría sea cierta y otra no. O es toda ella cierta o es toda ella falsa. En 1919, Eddington comprobó en un eclipse que la curvatura de los rayos de luz al pasar cerca del sol, respondía con exactitud a las predicciones de la teoría general de la relatividad, formulada en 1916. Desde entonces, ha habido una multitud de experimentos y medidas, basadas en los fenómenos más diversos, que han respaldado de forma impresionante la relatividad. Desde los relojes de desintegración de cesio hasta los agujeros negros. Desde la precesión de la órbita de mercurio hasta las lentes gravitatorias. Por tanto, antes que tirar a la basura una teoría con esa impresionante capacidad de predicción, hay que repetir y confirmar los resultados recientemente obtenidos. Ójala sean ciertos. Esto forzará a la ciencia a dar un paso más en la búsqueda de la verdad acerca de cómo es el universo y cómo funciona. Pero... hay que esperar y, como dije más arriba, me temo, como la mayoría de los científicos, que el tiempo dará la razón a la teoría de la relatividad y veremos dónde está el error de estas medidas.

Pero supongamos que las mediciones estuviesen bien y la teoría de la relatividad quedase obsoleta. Los periodistas, ávidos de sensacionalismo, afirman que, de ser así, serían posibles los viajes al pasado. Se basan en una frase de Eisntein, sacada de contexto, en la que afirma que si algo viajase más deprisa que la luz, serían posibles los viajes al pasado. Lo primero que se me ocurre decir es que si la teoría de la relatividad es falsa, la frase de Einstein, también. Pero lo que hay aquí es una mezcla de las churras con las merinas basada en la avidez periodística. Hay una “vieja” polémica, compatible con la teoría de la relatividad, sobre si son o no posibles los viajes al pasado. Y está, por otro lado, la paradoja de los gemelos plantada por la teoría de la relatividad. Empecemos por esta última.

Supongamos dos hermanos gemelos. Uno de ellos emprende un viaje estelar a la velocidad de la luz. La relatividad establece que si un cuerpo viaja a la velocidad de la luz, el tiempo se detiene en ese cuerpo, pero no en el resto del universo, que está “quieto”. Por tanto si el gemelo que se ha ido de viaje volviese tras haber transcurrido veinte años en la Tierra, él estaría exactamente igual que cuando partió, hecho un chaval, pero su hermano gemelo, y todo el mundo, estaría veinte años más viejo. El gemelo viajero ha viajado al futuro, no al pasado. Los viajes al futuro no tienen ninguna importancia causal. Las paradojas inquietantes se presentan, como se han encargado de explicar las películas de ciencia ficción, en los viajes al pasado, en los que yo puedo matar a mi abuelo y por lo tanto, no existir en el nuevo curso de los acontecimientos que se inicia en esa acción mía. Pero la paradoja de los gemelos, no permite viajes al pasado. Ahora bien, supongamos que el gemelo viajero viaja más deprisa que la luz. ¿Iría SU tiempo hacia atrás? Como esto falsearía la relatividad, vaya usted a saber. Pero admitamos que sí. Entonces él volvería más joven de lo que se fue, a un mundo veinte años más viejo que el que dejó. Es decir, él viajaría a SU pasado, pero NO al pasado del resto del mundo. También aquí hay paradojas. ¿Qué pasaría con él si SU tiempo fuese marcha atrás por un lapso mayor que su vida y su madre no fuese en la misma nave? Tal vez volviese otra vez al principio de su viaje. Pero son paradojas que le afectan sólo a él, no al resto del mundo. Esto es lo que hay respecto a los viajes al pasado directamente relacionado con la supuesta velocidad mayor que la de la luz de los neutrinos.

La “vieja” polémica sobre los viajes en el tiempo, dentro de la vigencia de la teoría de la relatividad, tienen que ver con la posibilidad teórica de existencia de unos hipotéticos entes que han recibido el nombre de “agujeros de gusano”. Es una polémica que está en el límite de lo científicamente serio y el juego de ingenio de los supuestos partidarios de una u otra postura. Pero insisto, esta discusión se desarrolla dentro del marco de la teoría de la relatividad, por tanto, si ésta fuese falsa, esta polémica, lejos de decantarse por la realidad de los viajes al pasado, dejaría de existir. Stephen Hawking es partidario, en esta polémica, de la posibilidad de esos viajes. Pero con un fair play admirable ha esgrimido un argumento en su contra. Dice: Lo que más me hace dudar de la posibilidad de los viajes al pasado es que, si fuesen posible, ya habríamos sido invadidos por una horda de turistas del siglo XXXV.

Aquí podría terminar esas líneas. Pero no quiero desaprovechar la ocasión para plantear un tema filosófico de calado. Esta provisionalidad de los conocimientos científicos, ¿no niega el propio concepto de verdad? A fin de cuentas, si una cosa que la ciencia da por verdadera hoy, mañana se demuestra falsa, ¿dónde está la verdad? Planteo esto porque es un argumento contra la verdad que corre de mano en mano como la moneda mala. Pero no es más que eso, moneda mala. Es evidente que lo que esto pone en cuestión no es el concepto de verdad, sino las limitaciones del método científico-empírico para conocerla. Ahí fuera hay un universo real, que es como es y funciona como funciona. El método científico-empírico, mide, pesa, cuenta, cronometra fenómenos materiales y, luego, relacionando unas medias con otras, establece leyes de funcionamiento. Es un método maravilloso. Pero, como todos los métodos de conocimiento, tiene sus límites. El primero, obvio, es que se limita a lo que se puede medir, pesar contar o cronometrar. Nada puede decir sobre cosas, indudablemente reales, como el amor o el odio, la justicia o la injusticia, la felicidad o la desgracia, la pena o la alegría. El segundo es que, como ya establecieron filósofos de la ciencia como Karl Popper y otros, puede proponer leyes que se vayan haciendo cada vez más firmes cuantos más experimentos empíricos los refrenden, pero basta un experimento, corroborado empíricamente, que lo desmienta, para que todo el edificio se derrumbe. Es lo que puede ocurrir con la teoría de la relatividad. Pero si esta teoría se derrumba, esto no querrá decir que el universo que nos rodea no sea un universo, en primer lugar, real y, en segundo, inteligible. Ese universo real que hay ahí fuera nos ha dado pruebas abundantísimas, gracias a la propia ciencia, de que es inteligible. Y aunque la ciencia pueda dar palos de ciego para entender esa inteligibilidad, ha avanzado de una forma impresionante que no hubiera sido posible si el universo no hubiese sido, esencialmente inteligible. Cierto que hay científicos que ponen en entredicho esta realidad objetiva e intligibilidad del cosmos pero no lo hacen en base a argumentos científicos-empíricos y, a decir verdad, sus planteamientos me suenan a irracionales y apriorísticos. Porque si hay ahí fuera un mundo material inteligible, es muy difícil negar que esa inteligibilidad no le haya sido dada por una inteligencia personal que ha diseñado unas leyes lo han hecho así.

Hay otros métodos de conocimiento que sirven para realidades que no se pueden medir, contar, pesar o cronometrar. Se ocupan de lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, etc., de los que no se puede ocupar la ciencia. De cosas que tienen que ver con que la red de relaciones del ser humano con sus semejantes y su entorno funcionen adecuadamente. También estos métodos tienen sus limitaciones. Ninguno puede decir que ha desentrañado en su totalidad la madeja de todas estas categorías para todas y cada una de las conductas humanas. Pero, a diferencia de la ciencia empírica, estos métodos no funcionan por prueba y error –planteamiento de hipótesis, comprobación empírica y refuerzo o refutación, en su caso. Lo hacen sobre bases de razonamiento lógico formal y sus conclusiones son definitivas, aunque no tengan respuesta para todo. Tienen lagunas, pero también descubren que hay una racionalidad no arbitraria en todos esos aspectos de la realidad y que ajustarse a esa racionalidad, hasta donde se puedan descubrir sus leyes, es vital para la existencia del ser humano como tal. Y si unos seres pueden tener el concepto de justo o injusto, bello o feo, bueno o malo, que no existen en la materia, es racional pensar que esos conceptos les han sido dados por algún principio externo a la materia. ¿El mismo que ha hecho inteligible el universo? Parece razonable pensar que sí. Y entonces esas leyes de lo justo, lo bueno, lo bello, tienen una racionalidad interna que puede y debe ser desentrañada por la razón, como las leyes de la física. No son leyes evidentes, pero se encuentran en la naturaleza de las cosas. Son por tanto objetivas y pueden ser desentrañadas. Son la ley natural y la labor de descubrirlas es función de la filosofía moral. Y si el hombre abdicase de descubrir estas leyes sería tan irracional como si abdicase de entender el funcionamiento del universo. Legislar acordemente con estas leyes es el derecho natural.

Y si nuestro concepto de justicia, amor, belleza, bondad, procede de ese principio, creo que, racionalmente, se pueden postular dos cosas de ese principio. Que es bueno, justo y bello por un lado y, por otro, que es un ser personal. Y si esto se puede postular racionalmente, también puede postularse racionalmente, como un corolario, que ese principio bueno y personal nos debe querer y poder decir de Él mismo cosas que de otra manera no podríamos saber y que son imprescindibles para entenderle y para que funcione esa red de conductas humanas que hacen la vida vivible. Es decir que ese Ser Personal quiere y puede revelarse a los hombres. Surge así otra forma de conocimiento. La de interpretar con lógica y coherencia esa revelación de ese Ser Personal a los hombres.

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