10 de julio de 2011

La estructura de la teoría de la evolución 3

Tomás Alfaro Drake


Acabo de terminar de leer la que, con toda seguridad, es la opera magna de Stephen Jay Gould. Me refiero a “The structure of the evolitionary theory”. Soy un profundo admirador de Charles Darwin. Hasta ayer me definía como católico darwinista. De hecho, los cinco primeros posts de este blog, de julio del 2007, versan sobre este tema. Ahora sigo siendo ambas cosas –católico y darwinista–, pero gracias a Gould, soy darwinista de una forma mucho más rica. Y ese enriquecimiento de mi darwinismo me ha hecho ser, si no más católico, sí tener aún más admiración por la inteligencia con que este Dios, en el que creo y al que adoro, ha creado el cosmos y le ha dado las leyes para que se desarrolle. El libro de Gould, “The structure of the evolitionary theory”, ha operado este enriquecimiento. Por eso me siento obligado a llevar a cabo este somero, casi ridículo, compendio (32 páginas de 1443) de su opera magna. Lo publico en 7 partes de la que esta es la tercera. Como en las entradas anteriores, las cosas que son añadidos míos al pensamiento de Gould, las pongo entre triple paréntesis.

Puntualizaciones a la 2ª pata del trípode del darwinismo: La selección natural como causa principal de la evolución. (1ª parte)

Esta pata del trípode es la que más modificaciones sufre el la crítica de Gould, de ahí que la divida en tres partes.

Ya antes que Darwin, otros evolucionistas como Lamarck, reconocían la existencia de la selección natural como una fuerza externa modeladora de la evolución. Pero la consideraban una fuerza secundaria. Postulaban como principal motor de la evolución una fuerza interna que operaba en una dirección determinada que marcaba una flecha de la evolución. De ahí que a las teorías del tipo de la de Lamarck se las llame internalistas. Sobre esta fuerza principal interna operaba la selección natural imprimiendo a la evolución desviaciones menores –creían los internalistas– sobre esa dirección por adaptación a un medio cambiante. Darwin negó de plano la existencia de un tal principio director de la evolución, dando preponderancia total a la selección natural que otros entendían como secundaria. La crítica a la preponderancia dada por el darwinismo a la selección natural ha surgido reiteradamente después de Darwin. Gould no niega que el principal motor de la evolución sea la selección natural, pero aprecia, apoyándose en su experiencia como paleontólogo, que todo parece indicar que hay dos grandes puntualizaciones que hacer a esta pata del trípode del darwinismo. La primera la veremos a continuación, la segunda la dejaremos para la segunda parte. En la tercera parte hablaremos de una paradoja que se le presenta al darwinismo puro y que sólo encuentra su resolución con la expansión de la primera y la segunda patas.

La primera gran cuestión se refiere a la aleatoriedad de las mutaciones (variaciones en la terminología de Darwin, anterior al descubrimiento de las mutaciones genéticas). Ya hemos visto que el propio Darwin admitía la aleatoriedad en sentido débil de las mismas ya que reconocía desconocer cuáles pudieran ser las causas. Lo que sí afirmaba era que las mutaciones nunca anticipaban futuras necesidades evolutivas del organismo –ya que, de ser así, el efecto sería anterior a la causa– y que estas estaban SIEMPRE bajo el escrutinio de la selección natural.

La “síntesis moderna”, al conocer la genética, asumió que ya conocía todas las causas de las mutaciones, y elevó esta aleatoriedad débil de las mutaciones a la categoría de aleatoriedad en sentido fuerte. Esto tiene bastante de presunción provinciana (parochial), porque, aunque es verdad que podemos llegar a conocer todo el código genético, las causas de las mutaciones son tan amplias y heterogéneas que es imposible conocerlas todas. Por tanto, la “síntesis moderna”, reconociendo que el mundo mundial es muy grande debería mantenerse en la aleatoriedad débil. Como consecuencia de esta asunción de la aleatoriedad fuerte, estableció una premisa dogmática. En efecto –decía– dado que las mutaciones son todas al azar, ninguna estructura genética será la misma en dos especies suficientemente separadas en el árbol de la evolución. Es posible que tres especies como el pulpo, la mosca y el caballo, alejadísimas evolutivamente, tengan las tres ojos, pero los genes que hacen que los tres organismos tengan ojos tienen que ser –siempre según la “síntesis moderna”– totalmente distintos. Al hecho de que haya órganos parecidos en especies muy distanciadas evolutivamente, se le conoce como evolución convergente. De manera independiente, pero con genes distintos, distintos organismos, para cumplir con una función extremadamente útil –la visión, por ejemplo– adquieren órganos similares. Por si este argumento no pareciese contundente, la “síntesis moderna” esgrimía el hecho de que la anatomía de los ojos de pulpos, moscas o caballos, era completamente distinta, así como las sustancias orgánicas que utilizaban.

Así las cosas, cuál no sería la sorpresa cuando, al avanzar en el conocimiento del código genético, se descubrieron unos genes, organizados en bloques estancos, como cajas, que, siendo pocos eran, sin embargo, responsables de organizar el plan de desarrollo de los ojos –y de otros muchos órganos– que son similares en pulpos, moscas y caballos, aunque no definiesen las sustancias orgánicas que los forman. A estos conjuntos de genes se les dio el nombre de homeobox o genes HOX. (((Serían como el planigrama de ejecución de una obra, pero que no especificase si para hacer los tabiques habría que utilizar pladur o ladrillo))).

Esto le sugiere a Gould que debe haber algo que mantenga los genes HOX a lo largo de los cientos de millones de años que hace que divergieron la línea de los pulpos, la de las moscas y la de los caballos, en vez de disolverlos para volver a construir los ojos de estas especies de otra manera distinta cientos de millones de años más tarde, como asume la “síntesis moderna”. Además Gould se plante si realmente la visión es algo tan vital como para que se tenga que reeditarse en especies muy distantes una y otra vez. Al fin y al cabo, los murciélagos han renunciado a la vista y se manejan bastante bien y son muchos los organismos que, teniendo vista, esta juega para ellos un papel secundario. Esto le hace postular a Gould lo que él llama constraints –que pudiéramos traducir por constricciones– que hacen que la evolución avance por channels –canales– privilegiados. Gould no niega su papel a la selección natural en la evolución, pero postula un peso muy importante para estos mecanismos de constricciones que generan canales. Es decir que sí parece que pueda haber un cierto tipo de internalismo en la evolución. Un internalismo que no postula una fuerza desconocida que la impulse, pero sí un condicionamiento genético, que tiende a repetir estructuras una y otra vez. Parece, por tanto, que el funcionalismo a ultranza del darwinismo, debe dejar un espacio importante, aunque no total, a un cierto formalismo o estructuralismo que parece privilegiar a determinados diseños. Gould diferencia la idea de evolución convergente de la de evolución paralela. La evolución convergente, fenómeno ampliamente documentado, explica que delfines y tiburones, siendo mamíferos y peces respectivamente, tengan formas anatómicas y aletas parecidas, incluso en los materiales que lo forman. La evolución paralela, en cambio, es la causa de que órganos como los ojos se produzcan de manera tan distinta en especies enormemente distantes con genes HOX similares. Esta evolución paralela parece apelar a un formalismo o estructuralismo.

Darwin veía en la evolución una tendencia hacia la perfección, como veremos en una sección posterior, pero no creía, de ninguna manera, que la evolución tuviese una finalidad, es decir, no cree en la ortogénesis de la misma. La aparición de esa tendencia a la perfección se explicaba –según él– mediante el recurso único a la selección natural. La postura de Goul a este respecto es más compleja, menos provinciana (parochial). Como Darwin, no cree en una finalidad de la evolución, pero, a diferencia de éste, tampoco cree en esa tendencia a la perfección en la que sí creía Darwin. No obstante, lo que sí percibe Gould, analizando la perspectiva de la evolución que nos da el registro fósil, es la existencia de macroconstricciones que crean un largo y profundo canal que surca la historia evolutiva de principio a fin. Ese profundo canal seguiría la siguiente línea: 1º simetría lateral: organismos con un plano de simetría longitudinal; 2º cordados: organismos dotados de un sistema nervioso longitudinal antero-posterior;3º organismos segmentados: formados por segmentos con pares de patas asociadas a cada segmento, como artrópodos: insectos 3 pares, arácnidos 4 pares, crustáceos 5 pares, miriápodos muchos pares y; 4º tetrápodos o vertebrados: organismos con dos pares de extremidades no ligados a segmentos (vértebras), como reptiles, aves, peces y mamíferos.

Por supuesto, en el árbol de la evolución hay corrientes que se salen de este canal, como bacterias, celentéreos (esponjas, medusas o corales), equinodermos (estrellas de mar o erizos), etc, y que subsisten hasta nuestros días con éxito. No es que no se subdividan en especies, pero su diseño básico no ha evolucionado. Parece como si la evolución se hubiese detenido en ellos. Gould utiliza el término alemán bauplan, palabra alemana que significa plan de construcción, para designar estas distintas arquitecturas corporales, tanto las que forman cada paso del gran canal principal, como los estancamientos laterales. Lo verdaderamente sorprendente es que los bauplans del canal principal, tan distintos como el de una lombriz o un ser humano, también están controlados por genes HOX parecidos. Es decir, los genes HOX no sólo explican la aparición de órganos similares en especies lejanas en el árbol evolutivo, sino que también subyacen en todos los bauplans del gran canal principal de la evolución y sólo en ellos, no en las desviaciones de es canal. Esos genes HOX están formados por una serie de secciones que se repiten varias veces, aunque con pequeñas variaciones que, manteniendo la misma estructura básica varían en número del bauplan una fase de la gran corriente de la evolución al de otra. Pero lo más llamativo es que, a lo largo de esa gran corriente, el número de secciones repetidas de los genes HOX no aumenta, sino que disminuye. Es decir, es como si, en vez de irse construyendo un plan añadiéndole cosas, el plan general ya estuviese determinado desde el principio en esos genes y, a medida que el gran canal avanza en su desarrollo fuesen desapareciendo las secciones superfluas de los genes HOX.

En ese tan característico estilo de Gould de plantear símiles arquitectónicos, nos habla del estilo corintio y de los ladrillos. Efectivamente, los egipcios, según cuenta la biblia, ya construían con ladrillos. Pero si vemos que un edificio de Nueva York o de París se construye con ladrillos, no se nos ocurre decir que lo han copiado de un modelo creado por los egipcios. Sin embargo, si vemos en el Metropolitan Museum o en la Asamblea Francesa un frontón triangular, con unas columnas estriadas coronadas por unas hojas de acanto, aunque esté construido con mucho cristal y acero decimos sin dudar: “¡ajá!, estilo corintio, copiado de los griegos”. Incluso si los frontones tienen forma de luneta y las columnas son simples franjas estriadas adosadas al muro sin función alguna, descubrimos en ellas a los griegos sin dudarlo un instante, aunque estén disfrazados de barroco. Sabemos que hay un modelo detrás, unas formas previamente definidas que han subsistido a través de los siglos, de la geografía y de los estilos. Indudablemente. Los genes HOX indican para Gould la existencia de un estilo corintio en el plan evolutivo, dentro de la gran corriente principal.

Este mantenimiento de un bauplan progresivo, de una gran corriente evolutiva que discurre por una gran macroconstricción interna de genes HOX, dejando a uno y otro lado bauplans estancados en grandes bolsas, ha dado lugar a un nuevo enfoque evolutivo conocido por el nombre de “evolutionary developmental biology” o “biología del desarrollo evolutivo” (como he leído el libro directamente en inglés y no conozco literatura especializada de este tema en español, ignoro si la traducción es correcta o sólo literal), mucho más mencionado por su nombre abreviado de evo-devo. Esta visión es anatema para los darwinistas a ultranza de la “síntesis moderna, pero no parece que les sea fácil de explicar con el darwinismo a ultranza.

(((Este gran canal principal es como si un inmenso río, el Amazonas, por ejemplo, fuese la gran corriente de la evolución. Pero a su alrededor se forman enormes bolsas de agua empantanada que no fluye. Puede que en esas zonas pantanosas haya una inmensa cantidad de agua, pero este agua nunca llegará al mar. Otra imagen, negada vehementemente por muchos evolucionistas, como veremos en unas líneas, pero fiel a lo descubierto por Gould, sería la de un abeto. Un abeto tiene un tronco central que se eleva recto. Hacia los lados aparecen numerosas ramas, tanto más grandes y con más hojas cuanto más abajo están. Pero es indudable que el abeto tiene una direccionalidad (aclaro que este símil del Amazonas es mío y no de Gould, por lo que, si está demasiado traído por los pelos es achacable a mí. El del abeto, como veremos en unas líneas está planteado negativamente, despertando animadversión en muchos evolucionistas).)))

(((¿Por qué existe ese gran canal en la evolución? Gould no lo aclara o, al menos, si lo aclara, yo no he sabido verlo. Pero se me antoja que es difícil explicar la existencia de ese gran canal sin la admisión de la ortogénesis, es decir de la dirección de la evolución de acuerdo con un meta-bauplan[1]. Pero ese meta-bauplan exige, me parece a mí, un diseñador. No me estoy refiriendo, desde luego al diseñador al que apelan los creacionistas para justificar que el mundo se creó ya desde el principio con las especies que hay hoy en día. Me refiero a un diseñador enormemente más sutil, que diseña unas complejísimas leyes evolutivas para que lleven a un fin, la aparición del cuerpo y, sobre todo, del cerebro del hombre, como hardware que sea capaz de soportar la inteligencia, potencia del alma, donada por ese diseñador a ese ser que es la causa final de la creación. Este meta-bauplan, visto por Gould, me hace replantearme una visión mía particular de la evolución. Me explico. Muchos evolucionistas afirman, como he dicho hace unas líneas, que el árbol de la evolución no es como un abeto con una cúspide, sino más bien como un caótico arbusto en el que no se aprecia una tendencia definida. Generalmente lo hacen para negar que en la cúspide de ese abeto pudiera estar el hombre y que la evolución pudiese estar orientada a su aparición.)))

(((Hasta que leí a Gould, estaba en parte de acuerdo con ellos. Solo en parte. Aceptaba que el árbol de la vida era ese arbusto caótico, pero veía en él muchos indicios indicaban que de ese arbusto surgía una larga y fina rama que se extendía hasta muy lejos de él (véase capítulos 19-24 de mi libro “Más allá de la ciencia” Ed. Palabrala 2009 o la serie de entradas sobre Dios y la ciencia de fechas pasadas en este mismo blog). Era la rama que acaba en la especie humana. Pensaba: si uno ve de lejos un arbusto del que sale una rama así, puede estar seguro de que esa rama se sujeta en una guía, invisible desde la distancia, que alguien ha puesto ahí. Eso resulta más claro aún cuando en el extremo de esa larga rama aparece un gran racimo de un fruto, único en el arbusto, a saber: la inteligencia simbólica. Pensaba que esa guía era huella de Dios. Ahora, no sé qué pensar. Por favor, entiéndaseme. Tras leer a Gould veo más patente que antes la huella de Dios en la evolución a través de ese meta-bauplan. Mi duda estriba en si la imagen válida es la del arbusto con esa larga rama en cuyo extremo se haya el fruto de la inteligencia simbólica o si, por el contrario, es más representativa la imagen del abeto con la estrella de la inteligencia simbólica en su cúspide, aunque no les guste a muchos evolucionistas. Debo reconocer que aunque, tras leer a Gould, la imagen del abeto me parece más plausible que antes, me he encariñado con la del arbusto. Porque me permite imaginarme a Dios sonriendo entre benévolo y divertido al ver que las reglas de la evolución diseñadas por él producen millones de especies y la más maravillosa y caótica variedad de formas vivas. Mientras tanto, le veo manipulando aquí y allá una mutación de cada millón para que vaya apareciendo su verdadera su obra maestra, anatómicamente imperfecta, pero con un órgano muy peculiar, el cerebro. Ciertamente, tenemos una columna vertebral muy mal diseñada para andar de pie, pero también tenemos un cerebro desarrollado más allá de lo que la naturaleza podría soportar, que será la base, el hardware que sustente el fruto del arbusto, su software; la inteligencia simbólica.)))

(((La imagen del abeto lleva aparejada la imagen de un Dios arquitecto que lo tiene todo planificado desde el principio para llegar a un fin previa y cuidadosamente definido, con un acopio de materiales perfectamente planificado. La imagen del arbusto, en cambio, me lleva a la de un Dios cocinero que es capaz de hacer un sabrosísimo guiso, que también tiene pensado, pero con las sobras de la despensa o de la comida de ayer. Aparte de que me guste más esa segunda imagen de Dios, me parece que se ajusta más a la realidad. Porque muchos científicos afirman que si Dios es un diseñador, es un mal diseñador, un diseñador chapucero. Como acabo de decir, nuestra columna vertebral es una de las innumerables pruebas de que el diseño del cuerpo del hombre –y de cualquier otro organismo– deja mucho que desear desde el punto de vista de la perfección anatómica y funcional. Un arquitecto así sería un mal arquitecto. Pero un cocinero que usa lo que tiene a mano, cata continuamente lo que va haciendo, añade un poco de sal y pimienta aquí, un poco de salsa de tomate allí, unos trozos de carne asada allá, un poco de caldito, un chorrito de vino, unas verduritas, etc., etc., etc. y, al final obtiene el sabrosísimo plato que imaginaba en sus papilas gustativas, aunque no esté muy bien presentado, me parece un genio.)))

[1] En principio, había utilizado el término macro-bauplan, pero he preferido usar el prefijo meta, que en griego significa "más allá", porque ese meta-bauplan está más allá de la propia evolución. Es algo que no se puede explicar desde dentro, sino sólo desde fuera. Es, si empleásemos el trans latino en vez del meta griego, trascendente a la evolución.

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