24 de enero de 2010

Los tres niveles de la fe

Tomás Alfaro Drake

Lo que viene a continuación es parte del contenido una conferencia dada por el eminente astrónomo y sacerdote jesuita, Manuel Carreira, en el CEU sobre el tema: “Ciencia y fe, ¿relaciones de complementariedad? Algunas cuestiones cosmológicas” el 8 de Noviembre del 2002. Creo que aclara de forma magnífica algunas confusiones corrientes sobre la fe.



La palabra fe tiene tres significados que deben distinguirse muy claramente para no caer en afirmaciones que son totalmente equívocas.

LA FE HUMANA: UN MODO VALIOSO DE CONOCER

El primer significado de la palabra fe se refiere a un modo de conocer que, en lugar de ser por experiencia propia o por raciocinio, es conocimiento por testimonio. En este sentido la palabra fe no tiene necesariamente conexión con nada de ámbito religioso. Estamos aquí en una Universidad y creo que todos nosotros podemos decir que, en este ambiente, en unos años recogemos conocimientos recibidos de las mentes más preclaras de toda la historia de la humanidad, que nosotros no hemos desarrollado ni hemos podido comprobar directamente. Casi todo lo que conocemos lo conocemos por fe humana. Primeramente, todo lo que es histórico sólo puede conocerse por fe humana, pues no hay manera directa de comprobar lo que ya no existe. Y todo lo que yo no puedo comprobar por mis sentidos, ayudados por cualquier instrumento, sólo lo sé por fe humana. Casi todo lo que tengo como cultura científica o de cualquier otro campo, puedo decir que lo tengo por fe humana. Si no hubiese este modo de conocer no podría haber desarrollo cultural. Cuando alguien comentaba con admiración los logros de Newton con su teoría de la gravedad, él dijo: "Si da la impresión de que yo he visto más lejos que otros, es porque me he encaramado sobre los hombros de gigantes que me precedieron". Esto mismo podemos decir nosotros.
(Sin embargo, aunque “casi todo lo que conocemos lo conocemos por fe humana”, hay otras muchas cosas que conocemos por el recto uso de nuestra propia razón humana, esta fuente de conocimiento es también fuente de fe humana, en nuestra propia razón. Además, la fe humana en otros proviene de la razón de esos otros y de mi razón, que juzga la plausibilidad de ese conocimiento que me es transmitido. Es decir, en el fondo de la fe humana está, siempre, la razón. El paréntesis es mío, Tomás Alfaro).

Certeza
Ahora bien, este modo de conocer por testimonio, primero, da certeza. Cuando hay un juicio ante un tribunal, ¿cómo se establece que alguien es inocente o culpable? Por testigos dignos de fe. No se trata de nada de ámbito religioso. Y ese método da certeza “fuera de toda duda razonable”.

Contradice los sentidos
Segundo: da certeza aún en contra del testimonio de mis sentidos. Yo sé con certeza, basada en fe humana, lo que me dice la teoría atómica. Y me dice que mi mano es una nube de partículas en algo que es prácticamente todo vacío, y que la mesa también es una nube de partículas en algo que es casi totalmente vacío. Y que cuando yo quiero pasar mi mano a través de la mesa, no pasa porque hay fuerzas de repulsión, pero que no hay nada sólido, ni en la mesa ni en mi mano. Y que cuando tropieza mi mano con la mesa, no llegan a tocarse jamás dos partículas. Todo esto lo sé con certeza, a pesar de que va en contra de lo que dicen mis sentidos.

Acepto sin entender
Y esta fe humana no sólo me da certeza, aún en contra de mis sentidos, sino que me obliga a aceptar cosas que no entiendo. Y si no hago eso no puedo progresar ni en la ciencia ni en ningún otro ámbito. Hay una frase digna de recordar, de uno de los grandes físicos del siglo XX, Richard Feynman, premio Nobel, con sus discípulos. Dice taxativamente: "Creo que puedo afirmar, sin miedo a que nadie me contradiga, que no hay nadie en el mundo que entienda la Mecánica Cuántica". Y esto lo dice él, que contribuyó mucho a la Mecánica Cuántica. Tampoco sabe hoy nadie como es posible compaginar las dos teorías fundamentales de la física moderna, la Relatividad General y la Mecánica Cuántica, cada una perfectamente comprobada en su ámbito, pero que son incompatibles entre sí. Y ese es tal vez el desafío más grande de la física moderna. No hay lugar a duda de que son verdad, cada una en su campo: será una verdad parcial, pero son verdad. Pero no es posible entender cómo pueden conciliarse. Nadie lo entiende.
(Siendo cierto que acepto sin entender, la razón da la aquiescencia a ese no entender. Yo no entiendo la física cuántica, pero cuando veo que miles de científicos, por el uso recto de su razón, llegan unánimemente a aceptar como cierta la física cuántica, mi razón me dice que debo aceptar ese conocimiento. Esto no significa, ni mucho menos, que la verdad sea una cuestión de consenso. Si un millón de barrenderos apoyase la teoría geocéntrica, eso no la haría verdad. Pero cuando miles de científicos, usando rectamente la razón, y en su campo de conocimiento, aceptan la física cuántica, parece que sería una estupidez no aceptarla. Otra cosa es cuando muchos científicos –no todos– , usando de forma condicionada su razón y en el campo de la ética, que no es el suyo, hablan de la investigación con embriones, por poner un ejemplo. El paréntesis es mío, Tomás Alfaro).

De modo que la fe humana primero es el modo más amplio y valioso de conocer para avanzar en la cultura. Segundo me da certeza aún en contra de lo que dicen mis sentidos. Y tercero, me lleva a aceptar como verdadero lo que no entiendo. Todo esto se debe recordar luego cuando hablemos de la fe en sentido religioso.

En esta fe humana entra todo lo que es historia, como dije ya al principio. Con la fe humana puedo conocer que existió, por ejemplo Sócrates. Y sólo lo puedo saber por testimonios de sus contemporáneos. Con fe humana puedo saber lo que enseñó Sócrates. Y sólo lo sé también por testimonios de sus contemporáneos. Con el mismo tipo de certeza histórica tengo que Cristo existió hace dos mil años y lo que enseñó. Por lo tanto, nuestra fe en él, como base de una religión que no es ya simplemente un conocimiento abstracto sino histórico, tiene que fundarse en los mismos criterios y en la misma metodología que uso para cualquier otro personaje histórico. Eso es lo que afirma la Iglesia. En la encíclica Fe y Razón el Papa deja muy claro que nuestra fe no se basa en cuentos ni en mitologías, ni siquiera en un libro. Se basa en hechos históricos.

LA FE COMO CONFIANZA

Una vez que tenemos este tipo de fe como modo de conocer, pensemos en otro significado de la palabra, que usamos también en la vida ordinaria. Alguien dice: "Tengo unos dolores de espalda que me están haciendo la vida imposible, pero tengo mucha fe en un médico, que sé que ha ayudado a muchas personas. Iré a él y haré lo que me diga". Otro dirá que tiene mucha fe en un político (aunque sea más difícil). Y otro dirá que tiene mucha fe en unas vitaminas o en un método gimnástico. Como es obvio, en ninguno de estos casos se trata de un aumento de conocimiento. Se trata de un acto de la voluntad para dirigir la actividad de mi vida, que responde a un conocimiento. En un campo o en otro, voy a ajustar mi proceder a lo que una persona, o una convicción, me lleve a hacer porque tengo conocimiento suficiente para darles mi confianza. Esta es, pues, fe como confianza. Presupone la anterior: yo no puedo tener fe en algo que no conozco. Pero ya no es un acto de la inteligencia, sino de la voluntad libre.

Prejuicios y condicionamientos
Esta voluntad libre, por prejuicios o cualquier otro condicionamiento no intelectual, puede llevar a rechazar aún aquello que está bien probado como conocimiento, incluso en una ciencia experimental. En la Alemania nazi, por ejemplo, se decidió por decreto que la Teoría de la Relatividad de Einstein debía rechazarse, porque era “ciencia judía”. Los argumentos en su favor no bastaban. Era ciencia judía, no podía ser verdad. En la Rusia soviética se rechazó la genética moderna porque, según el dogma marxista, los niños de los marxistas tenían que nacer ya marxistas. Y como la genética decía que no se heredan los caracteres adquiridos, había que rechazar la genética. Y se inventaron la genética de Lisenko y de otros, que tenía como base la herencia de los caracteres adquiridos, aunque fuesen las maneras de actuar y las ideologías de la política.

Esta fe-confianza, en el ámbito religioso, se da con la cooperación de la gracia divina y puede llevar incluso a milagros cuando alguien tiene una inspiración de confiar en Dios de tal manera que, en un caso concreto puede invocarle para que haga un milagro. Obviamente, es una fe en que no aumenta el conocimiento, sino más bien una fe que afecta a la voluntad, que actúa, libremente, aún bajo el influjo de la gracia, y es responsable de su respuesta como de todo acto libre.

Pero tengan en cuenta que es de la voluntad de la que estoy hablando. No es el sentimiento, no es una cosa que yo siento dentro. No, el sentir no es parte de la fe sino parte de la emotividad. Y no depende de mi voluntad el sentir o no sentir, ni tampoco de mi entendimiento.
(Ciertamente, la fe no es un sentimiento. Pero Dios nos puede conceder al gracia de que a esa fe se una un maravilloso sentimiento. Si es así, ¡gracias le sean dadas! Pero tenemos el testimonio de muchos santos y místicos que nos dicen cómo su poderosa fe ha ido acompañada de una terrible sequedad que han bautizado con el nombre de “noche oscura del alma”. Y eso, no hace su fe menor. Al contrario, probada en el crisol de la sequedad, es mayor. El paréntesis es mío, Tomás Alfaro.)

LA FE COMO DON DE DIOS

Hay, finalmente, otro nivel superior en el que se dice que la fe es un don de Dios. Muchas veces yo he oído decir, incluso a gente que enseñaba teología, que la fe tiene que ser sin razones, porque la fe es puramente un don de Dios y no puede ser el resultado de pruebas racionales. ¡Mentira! La fe como don de Dios, en cuanto a su definición, no tiene nada que ver con los niveles anteriores. Exige esos niveles anteriores, exige la racionalidad y exige el acto libre. Pero la fe como don de Dios es lo que llamamos una virtud teologal. La palabra “virtud” significa un agente activo, como cuando alguien dice que una píldora “tiene unas virtudes curativas” muy especiales. Es un agente activo sobrenatural, una nueva capacidad, dada por Dios que no afecta a mi conocimiento en nada ni tampoco afecta a mi voluntad directamente, pero que da a mis actos un valor eterno para mi unión con Dios. Esa es la fe que se le da al bebé cuando se le bautiza, aunque el bebé no se entere de nada ni haga acto libre alguno.

Se supone que esta fe se da, o bien a quien ya conoce a Cristo y ha decidido poner su vida de acuerdo con sus enseñanzas, o a quien sus padres y padrinos prometen que se le va a dar esa preparación para vivir de acuerdo con la fe que recibe. Esta fe marca a la persona, le da esa nueva capacidad de manera que, ocurra lo que ocurra, el bautismo ya nunca se repite. Aún a quien ha sido luego infiel a ella y ha apostatado no se le vuelve a bautizar si se arrepiente, porque la fe es una especie de injerto inamovible de divinidad en el alma humana. Y esa fe sí es necesariamente sólo don de Dios, porque sólo Dios puede dar un principio de vida divina que capacita a la persona para vivir y gozar con una vida propia de Dios en la eternidad.

Como ven, los tres niveles de fe son claramente muy distintos. Y no se puede decir: “Yo no tengo fe: si Dios no me la ha dado, ¿de qué se queja?”. Eso es una blasfemia. He respondido alguna vez: “¿Cómo cree usted que Dios le va a dar la fe? ¿Mientras está viendo la televisión, quiere que se la meta por un embudo en la cabeza? ¿Qué ha hecho usted por conocer históricamente las bases de la fe? ¿Qué ha hecho para conocer los argumentos que hay acerca de la existencia de Cristo y de su enseñanza? Si no ha hecho nada, no le eche la culpa a Dios de que no tiene fe”.

Creo que este artículo del P. Carreira muestra magníficamente tres aspectos esenciales de la fe: La fe es racional; la fe es un acto libre de la voluntad; la de es sobrenatural. Por eso la fe hay que buscarla y cuidarla. Si no, no seríamos responsables de tener o no tener fe. Dios da el don de la fe a todo hombre. Es nuestra responsabilidad acogerla, cuidarla y mantenerla. En la serie de artículos que iniciaré la semana que viene, voy a dar información, conocimiento, para que pueda darse esa fe humana del intelecto, primer paso para acceder a la fe como confianza, acto de la voluntad. No pretenderé demostrar, tan sólo generar una buena dosis de conocimiento para que, tal vez, alguna persona de buena voluntad deje a esa buena voluntad dar el paso a la fe como confianza, dejando así la posibilidad de actuar a la fe como don de Dios. Y para los que ya tengan fe, ojalá esta serie de artículos se la pueda reafirmar.

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