4 de octubre de 2009

Vida y muerte de las civilizaciones según Arnold J. Toynbee (IV)

Tomás Alfaro Drake

Esta es la cuarta entrega de una serie de entradas bajo el título “Vida y muerte de las civilizaciones en la historia”. Recomiendo a quien empiece a leer esta serie desde aquí, que procure empezar por la entrega I, publicada el 6 de Septiembre.


5. El colapso de las civilizaciones.

Cuando una civilización fracasa de forma sistemática en encontrar una respuesta de éxito a una incitación, entra en una fase que Toynbee llama los tiempos revueltos. Son una etapa de luchas internas en la que distintos aspirantes que fracasan en encontrar una respuesta de éxito se enfrentan entre sí, creando una época de gran inestabilidad en la que los habitantes de la civilización se encuentran sacudidos por guerras, revoluciones y todo tipo de desastres políticos que crean en ellos un permanente estado de ansiedad. Pero mientras esta situación dura, hay esperanza de que alguien dé con la respuesta. Pero si este estado de cosas se prolonga, tarde o temprano, uno de los estados parroquiales que forman la civilización da el golpe de gracia militar al resto. A esto es a lo que Toynbee llama la tentación suicida del militarismo. En ese momento se produce el colapso de la civilización. Este colapso se puede producir de un solo golpe o de varios, pero una vez producido el primero es muy difícil la recuperación. Quiero recordar, una vez más que la libertad humana hace que nunca sea irreparable ningún daño de la civilización pero, como veremos, tras cada colapso, la libertad humana se ve más y más seriamente restringida por una mezcla de imposición externa a las personas y apatía interna de la mayor parte de los habitantes de la civilización. Y, naturalmente, esto hace mucho más difícil, aunque de ninguna manera imposible, que esa libertad pueda dar la vuelta a la situación.

Cuando se produce el colapso, la minoría que se hace con el poder, en vez de ser una minoría creadora se erige en minoría dominante y, para preservar su dominio, instaura por la fuerza una unidad política en la civilización que Toynbee llama el Estado Universal. Los habitantes de la civilización que no constituyen la minoría dominante forman lo que Toynbee ha bautizado con el nombre de proletariado interno[1]. Forman una abigarrada masa de gente sin acceso a las decisiones políticas, en general económicamente desheredadas y que carecen de rasgos comunes. Pueden provenir de antiguos habitantes de la civilización que nunca han pertenecido a ninguna minoría creadora, descendientes de antiguas minorías creadoras, miembros de la minoría dominante caídos en desgracia, o habitantes de pueblos bárbaros conquistados por el Estado Universal, etc. Sin embargo, tras la traumática experiencia de los tiempos revueltos, los miembros de este proletariado interno suelen acoger la paz que viene generalmente asociada a la instauración del Estado Universal como una bendición.

Paralelamente, la influencia de atracción que la civilización ejercía sobre los pueblos bárbaros limítrofes de va diluyendo, lo que obliga a instaurar una frontera –limes– para protegerse de ellos. Muy normalmente, tras el primer colapso, dado por uno de los estados parroquiales sobre el resto, vienen otros, dados por pueblos limítrofes semibárbaros, parcial o totalmente asimilados por la civilización en su fase de desarrollo. Esto divide tajantemente a la antigua civilización en desarrollo, que antes se extendía hacia afuera como la luz de una lámpara en la distancia, en un dentro y un fuera. A los bárbaros de fuera, Toynbee los denomina el proletariado externo. Estos pueblos bárbaros, que antes del colapso miraban con admiración la luz de la civilización y deseaban integrarse pacíficamente en ella, al verse excluidos y al perder su brillo la civilización, lo que ansían, sin dejar de admirarla, es conquistarla y dominarla.

A esta división en minoría dominante, proletariado interno y proletariado externo, es a lo que Toynbee llama el cisma en el cuerpo social. A ella se yuxtapone otra, a la que Toynbee llama el cisma en el alma, que afecta, aunque de distinta manera, tanto a las personas de la minoría dominante como a las del proletariado interno. Esta parte de “El estudio” es a mi modo de ver, la más confusa. Toynbee se lanza a un exhaustivo análisis de las reacciones y actitudes que se producen en las conductas, sentimientos y modos de vida, tanto individuales como sociales de los distintas partes de la civilización colapsada. Aunque ilustra cada una de ellas con profusión de ejemplos, y a pesar de su indudable interés, no deja de producirme una cierta sensación de elucubración. Son en total doce actitudes que enumero a continuación. Algunas son totalmente autoexplicativas y para aquellas que me parecen equívocas doy una breve explicación. Posteriormente me centraré en la última de ellas. Las actitudes que analiza Toynbee son:

Abandono
Autocontrol
Deserción
Martirio
Sentido de estar a la deriva
Sentido de pecado
Sentido de promiscuidad
Sentido de unidad
Arcaísmo
Futurismo
Desapego
Transfiguración

- La actitud de autocontrol podría parecer positiva, pero no lo es. Es una especie de estoicismo
resignado ante fuerzas socio-político-culturales que desbordan a la persona, que sólo encuentra
cierto consuelo en un ascetismo desencantado.

- Martirio se entendería mejor si le llamásemos suicidio pseudo heroico. Toynbee dice de la
actitud de este mártir:

“Es psicológicamente poco más que un suicida que busca una manera más noble que el
suicidio para liberarse de
‘la carga pesada y fastidiosa
de todo este mundo ininteligible
[2]’”.

- Sentido de pecado podría llamarse también sentido de culpa. La sensación de que todos los
males de la sociedad se derivan de algún error o pecado, personal o social, olvidado e
imperdonable que lleva a la civilización de forma irremediable a la catástrofe. Tanto el
sentimiento de pecado como el de estar a la deriva implican el sometimiento a unos
mecanismos inmensamente superiores a la persona y contra los que ésta nada puede hacer. La
diferencia entre ambos es que en el sentimiento de pecado existe la conciencia de culpa
personal o social de que es la persona o la sociedad la que ha puesto en marcha estos
inexorables mecanismos y en el de estar a la deriva no existe este sentimiento.

- Sentido de promiscuidad. Toynbee se refiere a la promiscuidad como un totus revolutum en el
que las virtudes más preciosas de la civilización se transforman en vulgaridad y en el que las
costumbres bárbaras del proletariado externo se van adueñando tanto de la minoría
dominante como del proletariado interno. Es por tanto, una renuncia al estilo por
vulgarización y barbarización.

- Sentido de la unidad. Este sentido es bueno para la civilización cuando ésta está en desarrollo y
brota espontáneamente del corazón de los hombres que la forman. Es mala cuando se impone,
como suele ser el caso en una civilización colapsada, mediante la tiranía de una facción del
cuerpo social sobre otra.

- El arcaísmo y el futurismo son utopías que pretenden salvar a la civilización anclándola en un
pasado idealizado que nunca existió o en un futuro soñado como un paraíso al que hay que
sacrificar todo. Ambas actitudes suelen degenerar en violencia.

- Desapego. Es un desapego de todo, basado en la decepción, como medio de alcanzar la
tranquilidad de espíritu. Suele engendrar filosofías ascéticas desengañadas como el estoicismo o
el epicureísmo. Toynbee nos da dos citas, la primera de Epicteto, epicúreo del periodo
helenista, posterior al primer colapso de la civilización Helénica, y la segunda del estoico
Séneca, romano de la época de Nerón.

“Si besáis a vuestro hijo... nunca pongáis vuestra imaginación sin reservas en ese acto y
nunca deis rienda suelta a vuestras emociones... En verdad, no es cosa mala acompañar el
acto de besar a un niño susurrándole: ‘Mañana morirás’”[3].

“La misericordia es una enfermedad mental producida por el espectáculo de las miserias de
los demás; también puede definirse como una infección de los espíritus inferiores adquirida
por los males de otras gentes cuando se cree que esos males son inmerecidos. El sabio no
sucumbe a semejante enfermedad”[4].

- Transfiguración. Esta actitud lleva a situar en un mundo trascendente el mundo soñado que
arcaístas y futuristas sitúan en esta tierra. Aún llevando a posiciones pacíficas, sus
consecuencias pueden ser negativas o positivas para la civilización. Esto depende de si llevan a
un quietismo pasivo, que las haría poco más o menos como las filosofías del desapego, o a una
actitud activa de ayuda y apoyo activos a los demás miembros de la civilización, aunque no se
crea que esta ayuda y apoyo vayan a traer el paraíso a esta tierra. Su efecto positivo para la
civilización es mayor cuando va unida a un sentido de unidad cimentado en un Dios común de
todos los hombres. Como veremos más adelante, esta actitud tiene importantes consecuencias
en las siguientes fases de la vida de la civilización, desintegración, muerte y procreación.

Este es el escenario en el que se encuentra la civilización tras sufrir el o los colapsos. La siguiente etapa de la vida de la civilización es, como de ha dicho más arriba, la de desintegración. Pero antes de analizarla vamos a ver el colapso de la civilización Helénica.

Como se dijo anteriormente, el primer colapso de la civilización Helénica fue la guerra del Peloponeso (431-404 a. de C.), tras la cual, Esparta, la más fuerte militarmente pero la más errada de las ciudades-estado helénicas en su búsqueda de respuesta de éxito, se hizo con el poder frente a la ensoberbecida Atenas. Pero pronto, cuando parecía que Atenas podía renacer de sus cenizas, otro colapso seguiría a éste. En efecto, Macedonia, un pueblo semibárbaro, tardíamente helenizado, en la periferia de la civilización helénica, da un segundo golpe de gracia y se hace, mediante la fuerza, con el dominio de toda Grecia en el 338 a. de C., para después extender este dominio a Egipto (332 a.de C.) y Babilonia y Persia (331 a. de C.). Pero otro estado semihelenizado, Roma, desencadenó el último y definitivo colapso a la civilización Helénica conquistando toda Grecia (168 a. de C.), convirtiéndola en una provincia de Roma (148 a. de C.), acabando con los tiempos revueltos y constituyendo el definitivo Estado Universal helénico. Este Estado Universal estableció, en la línea Rhin-Danubio, un limes natural y nítido en su contacto con las tribus germánicas, el desierto en su frontera africana y una línea más o menos fluctuante de fortificaciones en su frontera oriental.

[1] Una vez más la terminología de Toynbee es peculiar y la palabra proletariado no tiene aquí el mismo sentido que en la terminología marxista, aunque tampoco es radicalmente distinto.
[2] Los dos versos de la cita de Toynbee son de William Wordsworth. Tintern Abbey.
[3] Epicteto: Disertaciones, libro III, capítulo 24, párrafos 85-88.
[4] Séneca. De clementia, libro II, capítulo 5, párrafos 4-5.

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