15 de junio de 2008

La explosión del arbusto de la vida

Tomás Alfaro Drake

Este es el 20º artículo de una serie sobre el tema Dios y la ciencia iniciada el 6 de Agosto del 2007.

Los anteriores son: “La ciencia, ¿acerca o aleja de Dios?”, “La creación”, “¿Qué hay fuera del universo?”, “Un universo de diseño”, “Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?”, “Un intento de encadenar a Dios”, “Y Dios descansó un poco, antes del 7º día”, “De soles y supernovas”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? I”, “¿Cómo pudo aparecer la vida? II”, “Adenda a ¿cómo pudo aparecer la vida? I”, “Como pudo aparecer la vida? III”, “La Vía Láctea, nuestro inmenso y extraordinario castillo”, “La Tierra, nuestro pequeño gran nido”, “¿Creacionismo o evolución?”, “¿Darwin o Lamarck?”, “Darwin sí, pero sin ser más darwinistas que Darwin”, “Los primeros brotes del arbusto de la vida” y “La división del trabajo”.

A partir de la aparición de los organismos pluricelulares, el arbusto de la vida explotó en una gran profusión de ramas, brotes, tallos y hojas. Incluso antes de que apareciesen los organismos, la vida se había escindido ya en dos grandes reinos, el vegetal y el animal. Los primeros aprendieron a bastarse a sí mismos para producir sus propias sustancias orgánicas a partir de la energía solar. Los segundos seguimos necesitando alimentarnos de otros seres vivos para generar las sustancias que necesitamos para nuestra supervivencia. En última instancia todos dependemos de las plantas y, a través de ellas, del sol. En el artículo anterior veíamos cómo a través de la lucha por la supervivencia se iban seleccionando los organismos más aptos para adaptarse al medio. Esto nos explica por qué una determinada especie va evolucionando para estar cada vez mejor adaptada. Es decir, por qué una rama puede llegar a ser muy robusta. Pero, ¿cómo aparecen nuevas especies?, ¿por qué el arbusto se ramifica?

Imaginemos que una especie de aves viviese en dos islas próximas que, por los lentos movimientos geológicos, se fuesen separando poco a poco. Mientras la distancia entre las islas fuese menor de la que un ave de esa especie puede atravesar volando, los genes que confieren mayor eficacia a las aves de la especie se extenderían a toda la población a través de entrecruzamientos entre ellas. Al contrario, los que las hiciesen más ineficaces desaparecerían al dejar menos descendencia los individuos que los tienen. De esta forma, la especie entera evolucionaría como un todo, sin dejar de ser una sola especie. Pero cuando las islas llegasen a separarse una distancia mayor que la capacidad de vuelo de las aves, la especie se dividiría en dos poblaciones aisladas reproductivamente. Es decir las aves de una isla no podrían cruzarse con las de la otra. Aunque las condiciones del entorno de ambas islas fuesen similares, las mutaciones serían distintas en una y otra población y, paulatinamente, se produciría una lenta deriva que iría haciendo a las dos poblaciones cada vez más diferentes. Si las islas volviesen a unirse antes de un determinado momento, las dos poblaciones mezclarían sus peculiaridades genéticas, se seleccionarían las más adecuadas y seguirían siendo una sola especie. Pero a partir de un momento, las diferencias genéticas serían lo suficientemente grandes como para que no pudiese producirse la fecundación de un óvulo procedente de una hembra de una población por un espermatozoide procedente de un macho de la otra. A partir de ese momento, ya no habría una especie, sino dos y, aunque las islas volviesen a unirse, ambas especies evolucionarían por separado. El resultado de este proceso fue el que vieron Darwin en las Galápagos y Wallace en el archipiélago malayo. Y aunque su razonamiento parece plausible, jamás se ha visto cómo se producía. Ni siquiera en especies domesticadas, sometidas a una exigente selección artificial, se ha visto una cosa así. El hombre ha podido crear razas de perros tan diferentes como el chihuahua o el san bernardo. Indudablemente hay un aislamiento reproductivo entre ambas razas. No se me ocurre cómo podría desarrollarse un embarazo de una chihuahua por un san bernardo, pero la fecundación es totalmente posible. Por tanto, aunque el proceso de especiación suena como totalmente plausible y, seguramente, las cosas ocurrieran así, no es empíricamente demostrable y no es, por lo tanto, científico. Hay, por supuesto otros mecanismos de aislamiento reproductivo además del ejemplo de las islas. Éste se puede producir incluso sin la separación física de las dos poblaciones. De esta forma, mediante bifurcaciones de especies, el arbusto de la vida fue tomando la exuberante y maravillosa forma que hoy conocemos. En próximos artículos analizaremos con detalle una rama muy especial de ese arbusto; la del ser humano.
Una aclaración pertinente

Excediendo los límites de una página que me he impuesto para cada uno de los artículos de esta serie, creo imprescindible hacer una aclaración importante. En estos artículos pretendo mostrar cómo la lógica y la tijera de Occam parecen exigir la necesidad de un Diseñador que explique el magnífico orden que se percibe en todo el cosmos, desde las estrellas al átomo pasando por la vida y la inteligencia.

Por otro lado, hoy en día se habla mucho de la teoría del diseño inteligente que, naturalmente, implica un Diseñador inteligente. Esta teoría del diseño inteligente es una teoría creacionista que, de una manera más o menos explícita presenta el mundo como creado directamente en su estado actual y postula un diseñador para ese mundo así creado. A este respecto, se leen réplicas, muy sensatas, que dicen que ese diseño no es tan inteligente. Se suele poner como ejemplo la columna vertebral de los hombres, que no parece muy bien diseñada para su función de columna del cuerpo, con sus forma de ese que es fuente de innumerables disfunciones. Cuando en estos artículos hablo del Diseñador, no me refiero a ese tipo de Diseñador. Me refiero, como se ve claramente en mis artículos a uno que diseña un cosmos no terminado, sino que se va haciendo de acuerdo con la acción de unas leyes diseñadas por Él para que las cosas lleguen a ser como son. No digo que un día la columna vertebral del hombre llegue a ser perfecta. Probablemente siempre tendremos que pagar tributo a la herencia de una columna vertebral que antes tenía una posición horizontal en nuestros “antepasados”. El diseño que propugno es inteligente en el diseño de unas leyes y en su uso. El objetivo perfecto de esas leyes no es una columna vertebral perfecta, sino un hombre que busque la perfección moral, aunque sea incapaz de obtenerla en sí mismo. Pero que puede encontrarla en Otro al que busca. Las leyes de este Diseñador están pensadas para que haya cosas que ellas solas no puedan conseguir –o sea altísimamente improbable que lo consigan– y requieran, en ciertos momentos la acción directa y más o menos esporádica del Diseñador. Estos momentos son, de los vistos hasta ahora, la propia aparición del cosmos con esas leyes y la aparición de la vida. Más adelante veremos la aparición de la inteligencia y, por último la casi continua necesidad de intervención del Diseñador en el manejo del fruto de la inteligencia, la Historia, manteniendo un delicadísimo equilibrio entre la orientación correcta de esa Historia y el escrupuloso respeto a la libertad que va aparejada con la inteligencia. Creo que esta aclaración era pertinente, aunque haya consumido una página. Pretendo con ella evitar que mi visión del Diseñador se etiquete con el rótulo generalmente aceptado de teoría (cracionista) del diseño inteligente.

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