28 de octubre de 2007

Beatificaciones

Tomás Alfaro Drake

La ignorancia, la demagogia y la mala voluntad forman un trío deleznable. Y las tres se han dado la mano para crear una ceremonia de mentiras y un coro de grillos que cantan a la luna alrededor de las beatificaciones de 498 obispos, sacerdotes, religiosos y seglares que hoy, domingo 28 de Octubre del 2007, se están llevando a cabo en Roma. Esa ceremonia de la mentira afirma varias cosas. Que las beatificaciones son una provocación, que la fecha se ha elegido con ese fin y que es una injusticia no beatificar también a otros sacerdotes asesinados por los nacionales.

Las tres afirmaciones son muestra de que el trío deleznable de que hablo al principio está operando. Con sólo querer saber, se aprendería que para que la Iglesia beatifique a alguien por considerarlo mártir, tiene que haber un largo proceso en el que se demuestren tres cosas. La primera, que han muerto por su fe en Cristo, la segunda que han muerto confesándola y la tercera –una consecuencia ineludible de las otras dos– que han muerto perdonando. Cuando estas tres cosas se dan se reviven las palabras de Cristo en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Cito las últimas palabras de dos de los beatificados, como una pequeña muestra y un sencillo homenaje: “Dios os pedirá cuentas, aunque os perdone” y; “perdono a todos los que sean o hayan de ser causantes de mi muerte”.

No tengo nada en contra de la memoria histórica. Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. Sí tengo en contra, y mucho, contra la utilización de esa memoria para la venganza, la revancha y el estímulo del odio. Creo que esas son las cosas que laten en la ley de memoria histórica que está impulsando este gobierno. Pero alegar que el recuerdo de una muerte teñida por el perdón de Cristo es una provocación es, sencillamente perverso, además de falso, porque es un recuerdo de perdón y reconciliación. Estos mártires, desde el cielo, sólo piden paz, piedad, perdón. De todos. Para todos.

Los procesos de beatificación que abre la Iglesia son exhaustivos en la investigación, se llevan sin prisa y son, por tanto, largos en el tiempo. Se sabe cuando empiezan pero no cuando van a acabar, salvo cuando ya están en sus últimas fases. Éste proceso empezó hace muchos años y hoy culmina su largo camino. La ley de memoria histórica, por el contrario, se ha gestado rápida y chapuceramente en los últimos meses. A la vista de esto, ¿quién ha hecho coincidir las fechas? No se le oculta a nadie que este Presidente del gobierno no tiene una especial simpatía por la Iglesia. No es descabellado suponer que sabía con bastante precisión cuándo se iban a producir las beatificaciones. La conclusión de este sencillo silogismo es evidente. Hagamos coincidir la ley con las beatificaciones y ensuciemos, que algo queda.

¿Que las tropas franquistas fusilaron a sacerdotes, sobre todo en el país vasco? Sin duda, son hechos históricos. Pero, ¿los fusilaron por su fe en Cristo? Con toda seguridad, no. Por lo que sé del tema, a la mayoría los fusilaron por su fe nacionalista. Cruel, trágico, brutal, injusto. Pero eso no es motivo para su beatificación. En sus respectivos pueblos, si quieren y guardan memoria del bien que pudieron haber hecho como sacerdotes y como personas, les pueden hacer un monumento. Para esto no hace falta ley de memoria histórica. Pero considerar su santidad por ese hecho, es otra historia. Si son santos, que pueden serlo, será por otros motivos distintos de la forma de su muerte y si deben ser beatificados, que alguien que recuerde la santidad de su vida promueva su causa y se iniciarán las investigaciones pertinentes que, tal vez, acaben en beatificación.

Por tanto, basta ya de tergiversaciones malintencionadas. Ojalá los grillos ignorantes se den cuenta de que la luna no merece esos cantos y de que los tenores huecos que los dirigen tienen otros intereses menos confesables que la justicia. La venganza, la revancha y el odio.

25 de octubre de 2007

Thinking Blogger Award por "Un vano intento de encadenar a Dios"

Me produce gran satisfacción que me hayan concedido un "Thinking Blogger Award" por mi entrada en tadurraca.blogspot.com titulada "Un vano intento de encadenar a Dios" (ver comentario a esa entrada). Muchas gracias a quien esté detras de este premio.

Un abrazo.

Tomás.

23 de octubre de 2007

Un vano intento de encadenar a Dios

Tomás Alfaro Drake

Este artículo es el 6º de una serie editada en este blog. Los cinco anteriores son: "Dios y la ciencia", "La creación", "¿Qué hay fuera del universo?", "Un universo de diseño", "Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?".

En el artículo anterior veíamos que era inmensamente más razonable postular un Diseñador con una intención que el simple azar como origen del universo. Esto les parece una incómoda, aunque inevitable, conclusión a muchos de aquellos científicos a los que su soberbia les impide reconocer a un Creador. Por eso realizan otros intento de justificar su negación. Pretenden, en uno de ellos, encadenar a Dios. Volver a convertirlo en una fuerza impersonal que no podía hacer más que lo que ha hecho. Una fuerza impersonal sin libertad. Un títere. Nada. Permítaseme un ejemplo. Roger Penrose determinó que nuestro universo ha salido de un bombo en el que sólo había un
número ganador –pongamos el 7– pero en el que había 10^(10^128) bolas. Eso nos llevaba a la necesidad de postular un Diseñador o un número inimaginable de universos inútiles. La tijera de Occam se encargaba de decirnos que lo primero era inmensamente más plausible. Pero, los ciegos voluntarios plantean otra posibilidad. ¿No pudiera ser que todas las bolas del bombo llevasen el 7? Si así fuese –dicen– las leyes de la física tendrían que ser las que son en cualquier universo y todos ellos serían viables, es decir capaces de generar vida e inteligencia, a nosotros. Dicho y hecho, se pusieron a buscar indicios de que las cosas eran así. Siguiendo razonamientos matemáticos, sin ninguna comprobación empírica –base de la ciencia experimental–, parece que
han llegado a reducir a 10^1000 (un 1 seguido de 1000 ceros) los números distintos grabados en las 10^(10^128) bolas del bombo. ¡Enhorabuena! Ese número es aún tan impresionante que la tijera de Occam sigue dictando el mismísimo veredicto. Pero inmediatamente han convertido en dogma de su fe que es sólo cuestión de tiempo demostrar que sólo hay un número en el bombo. Es muy típico de aquellos que quieren negar a Dios definir dogmas de fe que no demuestran. Porque la demostración de lo que de momento han conseguido no es científica, sino matemática, es decir lógica, filosófica, en última instancia. No empírica. Para ese viaje, ya tenemos las alforjas de las cinco vías de santo Tomás de demostración de la existencia de Dios, que ellos, naturalmente, no aceptan por no ser científicas, empíricas. Pero vamos, por un momento, a aceptar dos cosas. Que su reducción de los números del bombo fuese empíricamente demostrable y que, efectivamente, llegasen a reducirlos a uno –el 7–. Ya es conceder. Quiero dejar claro que es una concesión únicamente metodológica que en modo alguno estoy dispuesto realmente a hacer. Hago esta aclaración porque otra argucia apologética de estos empecinados negadores de Dios es elevar a definitivas las concesiones metodológicas que ellos mismos se hacen en sus razonamientos. Bueno, pues aún así, cabría preguntarse: ¿en virtud de qué leyes de orden superior a las de la física, éstas tienen necesariamente que dar lugar a un universo viable? Estas meta-leyes –leyes que rigen las leyes–, denotarían, por sí mismas, la necesidad de un Diseñador que garantizase un orden. Muchos científicos se muestran profundamente asombrados de que exista un orden en la naturaleza que permita analizarla. Las masas podrían perfectamente atraerse unas veces con una fuerza y otras con otra, lo que haría a la naturaleza ilógica e imposible de comprender ¿De donde puede venir ese orden? ¿Del azar? ¿Por qué tendría que haber ninguna ley en un mundo salido del azar? El mismísimo Newton reconocía que era imposible preguntarse desde la ciencia por qué las leyes de la ciencia son como son y no de otra manera. Incluso, por qué son. Dicho de otra manera. Si en el bombo que estamos
manejando las 10^(10^128) bolas llevan el 7, sigue siendo igualmente indudable que Alguien se ha ocupado de que sólo haya 7´s. Queda pues, de nuevo, relegado al fracaso el intento de excluir a Dios del origen del universo. Al contrario, usando el más elemental sentido común, ayudado por los descubrimientos científicos, parece que el intento de encadenar a Dios es vano e inútil. Lejos de hacer de Él un títere lo hace aún más necesario. Dios es el Logos, el sentido, la lógica del Universo. Sin Él, sólo nos quedaría el absurdo.

21 de octubre de 2007

Gracias Oma

El Domingo 7 de Octubre del 2007 murió, con casi 93 años, Oma, la madre de mi mujer. Su nombre era Adela, pero desde joven la llamaban Cuca. Sin embargo, desde que fue abuela, todos en la familia la llamábamos Oma –u Omita, u Ominchi– porque así la llamaba su primer nieto que, por casualidades de la vida, nació y vivió sus primeros años en Alemania. Ha sido una de las personas a las que más he querido en mi vida, además de ser de las que mejor ejemplo que me ha dado durante toda la suya. ¿Por qué la he querido tanto? Por muchas cosas. Tal vez porque es la madre de mi mujer y, sin ella, no tendría a Blanca como compañera de mi vida, ni la familia que tengo. Pero más que por eso, porque ella siempre me ha querido como a un hijo. ¿Qué ejemplo me ha dado? Sin duda el de aceptar la voluntad de Dios sin una queja. Más aún, con alegría. Oma ha visto morir a su marido hace más de treinta años, ha perdido a dos hijos y un yerno en dos accidentes de coche y a otro yerno de un infarto. Nunca, jamás, la he oído quejarse. Ha vivido los últimos años de su vida, no uno ni dos, casi quince, con todas esas tragedias sobre sus hombros, pero dando alegría y cariño. Y Dios la ha premiado con una familia de las que no hay. No sé si habré aprendido la lección. Espero no tener que recitar en mi vida los versos más duros de esa lección.

El jueves empezó un catarro que se transformó en neumonía. El equilibrio de la salud a esas edades es siempre inestable y el viernes por la tarde todos nos temíamos lo peor. El sábado toda la familia empezó a congregarse a su alrededor. Digo empezó, porque entre hijos con sus cónyuges, nietos con los suyos y bisnietos, sumamos, si no me equivoco, 56 y algunos estaban en el otro extremo del mundo. Decidimos no ingresarla y darle los cuidados necesarios para ayudarla en su lucha por la vida, pero sin ningún tipo de encarnizamiento terapéutico. Afortunadamente, contabamos como médico con un sobrino suyo, al que casi había adoptado como hijo. Debió ser muy duro para él. ¿Imaginaría, cuando estudiaba medicina en casa de Oma, que iba a ayudarla en sus últimos momentos?

La noche del sábado estábamos todos en su casa. Aquellos a los que la distancia había impedido venir, también estaban. Cuatro generaciones contándola a ella. Pedimos para ella la unción de los enfermos. Un sacerdote de la parroquia vino y se la dio. Todos estábamos con ella, en su habitación. Al principio de la tarde había perdido la consciencia y, con ella, el sufrimiento. Pero con eso y todo, todos nos turnábamos a su alrededor. De una manera informal, sin ninguna planificación, siempre había cuatro o cinco personas en su habitación. Uno le hablaba quedo al oído, otro le limpiaba el sudor de la frente con una tohalla húmeda, otro le acericiaba la mano, uno le daba un beso, otro estaba sentado en un rincón mirando la escena o rezando. A veces los que estaban, rezaban unidos y otras le cantaban canciones cántabras o asturianas que ella solía cantar con su bonita voz y su oído excepcional, haciendo la segunda o la tercera. Yo creo –nos decíamos– que aunque está inconsciente, nos oye. De vez en cuando, uno de nosotros se ponía a llorar y otro, que en ese momento estaba más entero, le consolaba. Un rato más tarde el consolado se convertía en el que consolaba a uno que le daba el bajón.

En un momento de la noche me quedé sentado en una silla de un rincón de su habitación contemplando la escena. Había a mi lado un pequeño crucifijo de marfil. Vi en ella a Cristo sufriente, tal y como nos dice el Evangelio que Él está en los enfermos. Supe que cada respiración, cada vez más dificil para ella, era una oración por nosotros, que subía directamente al cielo. En esos momentos, estaba resumiendo, inconsciente y todo, toda su vida, reviviendo cada momento con cada uno de nosotros y pidiendo por él. Noté el viento del Espíritu Santo acariciando a cada uno de los que estabamos en la casa y a los que no habían podido venir. Anciana, inconsciente y respirando con angustia, encarnaba la dignidad humana. Algunas personas impregnadas de esta enferma cultura posmoderna y light dirían que una agonía física como la que estaba sufriendo no era digna. Si una muerte digna no es el final de una vida digna, entonces, ¿qué es? ¿Qué valor tiene la oración de esos minutos finales en los que se resume toda una vida?

Esa noche se me venía a los labios de forma recurrente una canción de mi juventud. Al principio la tarareaba inconscientemente, sin darme cuenta de lo que era y, por supuesto, sin letra. Pero enseguida me di cuenta de que se trataba de la canción de la Mamma, de Charles Aznavour. Intenté acordarme de la letra, pero sólo me salían retazos y frases sueltas. No obstante, a medida que avanzaba la noche, unas frases se unían con otras y, como en un rompecabezas, iban mostrando una silueta, aunque sin llegar a completarla. Ya de día, la mañana del Domingo, me fui a casa a darme una ducha, adecentarme y volver a casa de Oma. Pero nada más llegar, me fui al ordenador, entré en Internet y saqué la letra de la canción de Aznavour. La traduje. Aquí está en edición bilingüe:

Ils sont venus, ils sont tous là Todos han venido, ahí están todos
dés qu'ils ont entendu ce cri: en el momento que oyeron el grito:
elle va mourir la Mamma. se está muriendo la Mammá.
Ils sont venus, ils sont tous là Todos han venido, ahí están todos
même ceux du sud de l'Italie, hasta los del sur de Italia,
y a même Gorgio, le fils maudit, incluso Jorge, el hijo maldito,
avec des présents plein les bras. con los brazos llenos de regalos.
Tous les enfants jouent en silence Todos los niños juegan en silencio
autour du lit, sur le carreau alrededor de la cama, sobre la alfombra,
mais leurs jeux n'ont pas d'importance pero sus juegos no tienen importancia
c'est un peu leur dernier cadeau à la Mamma son como su último regalo a la Mammá.
On la réchauffe de baisers, Le dan el calor de sus besos,
on lui remonte ses oreillers, le reacomodan la almohada,
elle va mourir la Mamma. se está muriendo la Mammá.
Sainte Marie, pleine de grâce, Santa María, llena de gracia,
dont la statue est sur la place, la de la estatua de la plaza,
bien sûr vous lui tendez les bras a la que todos tienden los brazos
en lui chantant "Ave Maria", cantándole Ave María,
Ave Maria. Ave María.
Y a tant d'amour, de souvenirs, ¡Hay tanto amor, tantos recuerdos,
autour de toi, toi, la Mamma, alrededor de ti, tú, la Mammá!,
y a tant de larmes, et de sourires, ¡hay tántas lágrimas, tantas sonrisas
a travers toi, toi, la Mamma. por encima de ti, tú, la Mammá!
Et tous les hommes ont eu si chaud y todos los hombres han pasado tanto calor
sur les chemins de grand soleil en los caminos del sol ardiente
elle va mourir la Mamma –se está muriendo la Mammá–
qu'ils boivent frais le vin nouveau, que beben fresco el vino nuevo,
le bon vin de la bonne treille, el buen vino de la buena cepa,
tandis que s'entassent pêle-mêle mientras de amontonan entremezclados
sur les bancs, foulards et chapeaux sobre los bancos, bufandas y gorras.
C'est drôle, on ne se sent pas triste Es extraño, no se sienten tristes
prés du grand lit de l'affection, cerca del gran lecho del dolor,
y a même un oncle guitariste hay incluso un tío guitarrista
qui joue en faisant attention que toca mientras cuida
a la Mamma. a la Mammá.
Et les femmes se souvenant Y las mujeres, acordándose
des chansons tristes des veillées, de las canciones tristes de las veladas
elle va mourir la Mamma, –se está muriendo la Mammá–
tout doucement, les yeux fermés, muy suavemente, con los ojos cerrados,
chantent comme on berce un enfant cantan, como cuando se acuna a un niño
aprés une bonne journée, después de un día pleno,
pour qu'il sourit en s'endormant. para que sonría mientras se duerme.
Ave Maria. Ave María.
Y a tant d'amour, de souvenirs, ¡Hay tanto amor, tantos recuerdos,
autour de toi, toi, la Mamma. alrededor de ti, tú, la Mammá!,
y a tant de larmes, et de sourires, ¡hay tantas lágrimas, tantas sonrisas,
a travers toi, toi, la Mamma, por encima de ti, tú, la Mammá!,
que jamais, jamais, jamais, que nunca, nunca, nunca,
tu nous quitteras nos dejarás.

Eso, exactamente eso, es lo que había tenido el privilegio de vivir esa noche. Mientras copiaba y traducía la letra se me vino a la cabeza, esta vez como un flash, otro texto. Lo tenía copiado en mi ordenador desde hacía años y casi había olvidado que existía. Era una oración de Juan Pablo II cuando cumplió 65 años. Me acordé de ella, la busqué y la saqué a la memoria. Aquí está.

“Señor, hace ya sesenta y cinco años que me diste el don inestimable de la vida y, después de mi nacimiento, no has cesado de llenarme de tu gracia y de tu amor infinito. A lo largo de estos años se han entretejido grandes alegrías, pruebas, éxitos, fracasos, enfermedades, duelos… como le ocurre a todo el mundo. Ayudado por tu gracia y tu auxilio, he podido triunfar de estos obstáculos y avanzar hacia ti. Hoy me siento rico en mi experiencia y en el gran consuelo de haber sido colmado de tu amor. Mi alma te canta su reconocimiento.

Pero cada día veo a mi alrededor ancianos a los que envías fuertes pruebas: Sufren parálisis, incapacitación, senilidad, y a menudo no tienen fuerza para rezarte. Otros han perdido el uso de sus facultades mentales y no pueden alcanzarte a través de su mundo irreal. Veo la vida de esas personas y me digo: «¿y si fuese yo?» Entonces, Señor, hoy mismo, mientras estoy todavía en posesión de todas mis facultades motrices y mentales, te ofrezco por anticipado mi aceptación de tu santa voluntad, y desde ahora quiero que si una u otra de esas pruebas me llegan, pueda servir para tu gloria y para la salvación de las almas. También desde ahora te pido que sostengas con tu gracia a las personas que tengan la ingrata tarea de prestarme su ayuda.

Si un día, la enfermedad invadiese mi cerebro y aniquilase su lucidez, desde ahora, Señor, mi sumisión está delante de ti y se seguirá de una silenciosa adoración. Si un día, un estado de inconsciencia prolongada tuviera que destruirme, yo quisiera que cada una de esas horas que tenga que vivir sea una serie ininterrumpida de acciones de gracias y que mi último suspiro sea también un suspiro de amor. Mi alma, guiada en ese instante por la mano de María, se presentará ante ti para cantar eternamente tus alabanzas. Amen”
.

Oma murió el Domingo, el día del Señor, hacia las 6 de la tarde, acompañada por todos, que entramos atropelladamente en su habitación cuando los que estaban con ella se dieron cuenta de que el desenlace era inminente. Habíamos pedido a un sacerdote que viniera a la casa a celebrar la misa del Domingo para no tener que dispersarnos. Llegó a poco de su muerte. Fue su primera misa de cuerpo presente. Es imposible expresar los sentimientos que nos llenaban a todos.

Por haberme permitido vivir esto, no puedo por menos que dar gracias infinitas a mi Señor, a mi Dios y a Oma.

Hoy, con Oma y con Juan Pablo II, yo también abandono mi vida y mi muerte a la voluntad del Señor y hago mía, con ellos, su oración. Si tengo que recitar versos duros en mi vida, que no se haga mi voluntad, sino la suya. Si así tiene que ser, que los renglones torcidos de Dios dibujen una vida como la que acabo de ver extinguirse, y me den una familia como la suya.

13 de octubre de 2007

¿Cuál es el sentido de la vida?

Tomás Alfaro Drake

Acabo de leer el libro de Viktor Frankl, “El hombre en busca de sentido”, donde aparecen unas interesantísimas ideas sobre el sentido de la vida que me hacen reflexionar. Lo que viene a continuación es una mezcla, cuyas proporciones no sabría precisar, de mis reflexiones con las ideas de Frankl.

La pregunta sobre el sentido de la vida parece que podría formularse de forma parecida a la siguiente: ¿Qué le pido yo a la vida? Pero esto es un error garrafal. Más bien la pregunta debiera ser: ¿Qué me pide la vida en cada momento? La vida nos está siempre poniendo ante situaciones, dilemas, problemas que debemos resolver. Siempre está solicitando algo de nosotros. En términos de los mitos griegos clásicos es como una esfinge que nos propone enigmas a los que debemos responder, nos gusten o no. No responder es una forma equivocada de respuesta. Pero se puede responder mal de muchas maneras. Aunque también se puede responder bien. Esta es nuestra responsabilidad, que es consecuencia de nuestra libertad. Si respondiésemos bien a todas las solicitaciones de la vida, nuestro camino sería de rosas. No es que no hubiese sufrimiento en ese camino. La búsqueda y la ejecución de las respuestas correctas pueden ser dolorosas, como las rosas tienen espinas, y nos heriríamos con ellas, pero tendríamos una vida bella, llena de sentido. Sentiríamos una íntima satisfacción. No la satisfacción externa del que tiene de todo, mi casa, mi perro, mi coche, mi mujer, mis hijos, que pueden ser simples vestidos externos del bípedo implume[1] que somos, sino la satisfacción íntima de saber que estamos en nuestro sitio. Pero responder siempre correctamente es imposible, porque nacemos sin manual de instrucciones y, además, si naciésemos con él sería tan gordo que no lo leeríamos. Cada vez que respondemos mal, nos desviamos del camino. Pero tampoco importa demasiado. Siempre hay caminos de vuelta a nuestro camino. Si respondemos mal, un pequeño poso de insatisfacción íntima nos dice que estamos en el mal camino y que debemos rectificar. Tenemos un fino sentido para detectar esta insatisfacción y debemos mantener siempre una actitud atenta hacia ella y obedecerla, aunque, naturalmente, podemos hacerle caso omiso. Entonces, el poso de insatisfacción se irá agigantando, hasta convertirse en un inmenso vacío existencial, acompañado de un terco empecinamiento en el error, en una insistencia ciega para seguir aplicando la lógica de la respuesta incorrecta. La rectificación es siempre posible, aunque cada vez más difícil y dolorosa a medida que nos adentramos por el camino equivocado. Ese es el camino del Dante al principio de la divina comedia:

A mitad del camino de la vida
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado
[2].

Todo su transito por el Infierno y el Purgatorio, hasta llegar al Cielo y encontrarse allí con

el amor, que mueve el cielo y las estrellas[3],

es su rectificación. De él y de su Divina Comedia dice Péguy:

“En ningún sitio, en el transcurso de su largo peregrinar pretende el autor ser un historiador o un geógrafo de los cielos y la tierra. Ni tampoco un visitante, un inspector o un turista –un grandioso turista, tal vez, pero un turista, al fin y al cabo. En ninguna parte presenta el poeta su peregrinación como un viaje, grandioso, sí, pero un viaje, a fin de cuentas. Nunca toma posición desde la barrera, para observar lo que ocurre delante de él, porque lo que sucede delante de él, es él mismo –es decir, concierne a su propia condenación o salvación. En ningún momento se coloca en la grada para ver pasar a los pecadores, porque los pecadores son él mismo. Esa inmensa multitud es lo que él mismo es en su interior, no algo que está fuera de él. Todo consiste en la orientación correcta de la humanidad, mirando de frente al Juicio final”.

Ese es el camino que, en mayor o menor medida, tiene que recorrer cada hombre. Y creo que, al final, el tránsito por el Infierno y el Purgatorio de la rectificación es menos doloroso que la instalación en la náusea del vacío existencial. Pero si, con errores y rectificaciones, vamos yendo por la senda correcta, aunque la atravesemos en zigzag una y otra vez, iremos construyendo una vida digna de ser vivida de la que, sin falsos vestidos del bípedo implume, nos sentiremos orgullosos, aunque haya en ella sufrimiento. Podremos tener mujer, hijos, casa, coche y hasta perro. Pero no serán nuestros. Serán un don de la vida. Como dice el Concilio Vaticano II:

“Gozando de las criaturas con pobreza y libertad de espíritu, el hombre entra en la verdadera posesión del mundo, como quien no tiene nada y lo posee todo”.

Pero si entendemos la búsqueda del sentido de la vida como la respuesta a la pregunta ¿qué le pido yo a la vida?, entonces es absolutamente seguro que nos decepcionaremos. La vida nunca nos da eso que le pedimos. Nos puede dar otras cosas más valiosas si la abordamos inicialmente con la pregunta correcta y le damos las respuestas correctas a sus solicitaciones. Pero nunca nos dará lo que le pedimos. Sin embargo, plantearse la vida exigiéndole cosas, nos hace ciegos para ver lo que nos da y nos puede dar, al tiempo que nos da ojo de lince para ver sólo lo que no nos da. Nos hace “instalarnos” en ella de una forma empecinada, como un niño consentido y enfurruñado que se niega a jugar con los demás porque no se va a jugar a lo que él quiere. Nos hace inmensamente desgraciados, amén de llevarnos también al vacío existencial, porque si ya desde el principio planteamos mal la primera cuestión, todas las demás las contestaremos mal. Es la gran tragedia y paradoja de la llamada “autorrealización”. Otro gran posible error es creernos que ya está, que ya hemos dado suficientes respuestas, que ya, después de tanto contestar, nos merecemos el nirvana de vivir plácidamente sin más solicitaciones. En el fondo, es como empezar con la mala pregunta, pero en una etapa más avanzada de nuestra vida y, si persistimos en ello, tiraremos a la basura todo lo conseguido. La vida es una cadena de respuestas hasta el final. Pero entender el sentido de la vida como una serie de respuestas a lo que la vida nos pide, no es renunciar a tener objetivos, metas, ambiciones. Los objetivos no suponen exigirle nada a la vida, suponen un deseo condicional de conseguir algo mediante respuestas correctas orientadas a un fin. Y ese fin es un ingrediente importante en la respuesta a cada pregunta que nos hace la vida. Y si contestamos correctamente a cada una de ellas teniendo estos objetivos claros, que duda cabe que tenderemos hacia ellos. Pero no como un barco de motor que se fija un rumbo sin contar con los vientos. Más bien seremos como un barco de vela que tiene que ajustar su estrategia a los vientos que soplen para llegar al puerto deseado. En la navegación de la vida a los barcos de motor se les acaba siempre la gasolina y quedan a la deriva, mientras que los de vela, con astucia y perseverancia suelen llegar a puerto. Y en ese navegar a vela hacia puerto, nos irán surgiendo, como por casualidad, pequeños o grandes proyectos vitales que convierten la vida en una aventura con intriga, con un mañana incierto pero al que podemos esperar con curiosidad. Es cierto que a veces los vientos son sistemáticamente contrarios y nos impiden llegar al puerto que deseamos. Entonces, en la vida, con humildad y sensatez, puede convenir cambiar de metas para adaptarnos a su impulso. Tal vez nuestras metas estaban equivocadas. Dicen que el judo es un deporte en el que para vencer hay que aprovechar la fuerza del contrario. Algo parecido ocurre con la vida. Debemos aprovechar su impulso para intentar llegar donde queremos, no oponernos a ella más de lo debido.

Hasta aquí, la vida aparece como una esfinge ciega que hace preguntas caprichosas. Podemos creer que si contestamos bien a las preguntas, aunque sean absurdas, el cuadro de nuestra existencia irá cobrando una belleza intrínseca. Pero esto no pasa de ser un buen deseo sin ningún fundamento. ¿Por qué debería surgir una vida plena de las respuestas correctas a preguntas estúpidas? La cuestión es: ¿Tienen las preguntas de la vida algún sentido en sí mismas? ¿Son preguntas generadas por un autómata estúpido o responden a un plan diseñado para que recorramos un camino determinado, diseñado para nosotros, nuestro camino? Yo creo lo segundo. Y no lo creo por un buen deseo. Lo creo porque existen “pruebas” de que vivimos en un universo de diseño que persigue un fin. Y si hay un diseño, hay un diseñador. He puesto “pruebas” entre comillas porque no son, naturalmente, pruebas apodípticas, sino inmensas acumulaciones de indicios, dados sobre todo por la ciencia del siglo XX y XXI, que apuntan ese diseño como algo casi indudable. Sería muy largo y excedería el propósito de estas líneas desarrollar este tema, pero esas “pruebas” existen (La serie de artículos que vienen apareciendo en este blog sobre Dios y la ciencia pretenden ser el desarrollo de este tema). Sin embargo, a la vista de los desaguisados que se ven, se puede acusar al diseñador de chapucero o de perverso. Eso sería miopía. Si uno contempla un cielo estrellado, o un atardecer sobre el mar, o una inmensa extensión de bosques vista desde una montaña, no puede pensar que el diseñador, quien ha diseñado tanta belleza, sea chapucero o perverso. Sólo cuando contemplamos las consecuencias del mal uso que hacemos de nuestra libertad –las pésimas respuestas que damos a las preguntas de la vida o su mal planteamiento desde el principio– tenemos esa sensación de chapuza y maldad. Podríamos preguntarnos por qué ese diseñador nos ha hecho el regalo de la libertad. Pero cuando nos hacemos esta pregunta nos pasan dos cosas. La primera, que no estaríamos dispuestos a renunciar a ella, y la segunda que nos olvidamos que el que nos regaló la libertad también nos hizo responsables. Y nosotros vivimos ansiando lo primero pero rechazando lo segundo, intentando cargárselo a Él sobre sus hombros. Viktor Frankl, al final de su libro, propone que en la costa oeste de América se construya una estatua de la Responsabilidad. No sería un mal símbolo.

Si la batería de preguntas está diseñada –prefiero decir que se va diseñando a medida de nuestras respuestas, antes que pensar que está prediseñada–, todas y cada una de ellas tiene un sentido: Llevarnos al fin que el diseñador quiere de nosotros y corregir nuestras desviaciones. Incluso la solicitación del sufrimiento. Incluso la del sufrimiento aparentemente estéril. Frankl ha tenido la experiencia personal del sufrimiento más perverso y estéril que se pueda imaginar. Fue superviviente de los campos de exterminio nazis. Afirma que ante ese sufrimiento, absolutamente inevitable y absurdo para todos los reclusos, cada prisionero era soberanamente libre de responder a él con el abandono o con la lucha por darle una respuesta como si tuviera un sentido. El sentido que pretendían darle era el de hacer más llevadero el sufrimiento de los otros. Había comportamientos heroicos. Lo impresionante es que los segundos sobrevivían mucho más y mejor que los primeros. Sentían que, incluso esa vida, merecía la pena vivirse. Incluso si no hubiese un diseñador el sufrimiento extremo, inevitable y aparentemente inútil, como el de un enfermo sin esperanza de curación, admitiría una respuesta distinta del abandono, porque haría más llevadera la vida del enfermo y, además, podría hacer posibles curaciones “imposibles”. “El modo en que un hombre acepta su destino y todo el sufrimiento que éste conlleva, la forma en que carga con su cruz, le da muchas oportunidades –incluso bajo las condiciones más difíciles– para añadir a su vida un sentido más profundo. Puede conservar su valor, su dignidad, su generosidad” –nos dice Frankl. “Mi único temor –escribía Dostiyevski– es no estar a la altura de mis sufrimientos”. Con mayor motivo, si existe ese diseñador, y ya he dicho que las “pruebas” de su existencia son abrumadoras, y hay por tanto una finalidad trascendente, la respuesta correcta al sufrimiento es la del heroísmo, antes que la del abandono.

Dice también Frankl: “Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar dicho sufrimiento, pues esa es su sola y única tarea. Ha de reconocer el hecho de que, incluso sufriendo, él es único y está solo en el universo. Nadie puede redimirle de su sufrimiento ni sufrir en su lugar. Su única oportunidad reside en la actitud que adopte al soportar su carga”. Pero si esto fuese estrictamente así, el sufrimiento nos abriría al heroísmo, pero no a la esperanza. La Grecia clásica sabía de lo primero, pero no de lo segundo. Así lo refleja este texto de la Odisea en el que Odiseo habla con Aquiles, que está en el hades.

Odiseo.-“¡Oh Aquiles, hijo de Peleo, el más valiente de los árgivos! Vine buscando el oráculo de Tiresias, a ver si me daba algún consejo para llegar a la escabrosa Ítaca, que aún no me acerqué a la Acaya, ni entré en mi tierra, sino que padezco infortunios continuamente. Pero tú, ¡oh Aquiles!, eres el más dichoso de todos los hombres que nacieron y han de nacer, puesto que antes, cuando vivías, los árgivos te honrábamos como una deidad, y ahora, estando aquí, imperas poderosamente sobre todos los difuntos. Por lo cual, ¡oh Aquiles!, no has de entristecerte porque estés muerto”.

Así le dije, y me contestó en seguida:

Aquiles.-“No intentes consolarme de la muerte, esclarecido Odiseo: preferiría ser labrador y servir a otro, a un hombre indigente que tuviera poco caudal para mantenerse, a reinar sobre todos los muertos”.

Debo por tanto, si el sufrimiento tiene algún sentido más allá del heroísmo en este mundo, puntualizar las anteriores palabras citadas de Viktor Frankl. Si fuera como él dice, si al padecer el sufrimiento estuviésemos realmente solos, si nadie pudiera redimirnos de nuestro sufrimiento ni sufrir en nuestro lugar, la aceptación de el sufrimiento sería el más inteligente de los autoengaños del hombre, pero, al final tampoco tendría más sentido que el del desesperanzado heroísmo griego. Sin embargo, cuando sufrimos no estamos solos en el universo. Junto a nosotros está Cristo. Es cierto que Cristo no sufre en nuestro lugar, en vez de nosotros. Pero, en Getsemaní, ha sufrido, está sufriendo, nuestro mismo sufrimiento. No uno parecido, más o menos duro, no. El mismo que estamos sufriendo ahora, que hemos sufrido y que nos queda por sufrir. No lo sufrió hace 2000 años, no. Lo sufre ahora. Porque Getsemaní es el “truco” del Señor del espacio-tiempo para sufrir con nosotros, al mismo tiempo que nosotros, nuestro mismo sufrimiento, el de todos y cada uno de los seres humanos, individualizado. Pero si Cristo no nos sustituye, sino que nos acompaña en nuestro sufrimiento, sí que nos redime, por él, de él. Le da un sentido, el único sentido que puede tener, el trascendente, y lo hace, a su vez, redentor de otros sufrimientos. Nos permite poner en nuestra carne lo que le falta a la pasión de Cristo (Cfr s. Pablo). A través del Cuerpo Místico de Cristo, hace que nuestro sufrimiento sirva de compañía, consuelo y alivio al de millones de seres humanos de todos los tiempos y lugares.
El auténtico sentido de la vida es, por tanto, responder a sus preguntas como Él lo haría, guiados por Él, iluminados por Él. En este sentido, el evangelio es el verdadero manual de instrucciones del hombre. No es un manual gordo ni difícil de entender, pero sí que debemos leerlo continua e incansablemente para que su sabiduría nos ilumine el camino. Da sentido a la vida aceptar que cada pregunta, y el conjunto de ellas, están diseñadas por su Providencia para nuestro bien y que, cuando abandonamos nuestros objetivos a su Voluntad no sólo estamos construyendo así un edificio heroico, pues rara es la vida que no exige en algún momento pequeñas o grandes respuestas heroicas anónimas. Estamos construyendo también, con Él, una morada celestial.

[1] La idea de bípedo implume la he sacado de Unamuno en “El sentimiento trágico de la vida”. A su vez, Unamuno la saca de Diógenes Laercio que se la atribuye a Platón. Ni uno ni otro usan esta expresión con ternura, pero a mí me produce una ternura inmensa por su crudeza al pintar al hombre como una criatura desvalida frente a fuerzas que le superan. Quien no puede aguantar serlo, se pasa la vida buscando cosas para vestir al bípedo implume que es, no quiere ser y no puede dejar de ser.

[2] Tres primeros versos de “La divina comedia”

[3] Último verso de la Divina Comedia.

5 de octubre de 2007

Si no hay Diseñador, ¿cuál es la explicación?

Tomás Alfaro Drake.

Este artículo es el 5º de una serie publicada en este blog. Los cuatro anteriores son: "Dios y la ciencia", "la creación", "¿Qué hay fuera del universo?" y "Un universo de diseño".

En el artículo anterior veíamos los poderosos indicios que apuntaban a que vivíamos en un universo creado por un Diseñador: un universo de diseño. Pero acabé prometiendo analizar otras respuestas y sacar del armario la tijera de Occam. Pues vamos a ello con un ejemplo. Imaginemos una casa en mitad de una llanura. Preguntamos quién la ha hecho y nos cuentan la siguiente historia: “Un inmenso avión pasó a 10.000 metros de altura por encima del llano. Llevaba en su bodega todo el material necesario para la construcción de la casa. Abrió las compuertas y los materiales fueron a caer de forma tal que se formó la casa”. A pesar de que el suceso no es absolutamente imposible, sino sólo altísimamente improbable, nadie en su sano juicio creería tan peregrina historia. “Es cierto –nos dicen–, si sólo fuese eso, la cosa parecería imposible, pero hay más. No ha sido sólo un avión el que ha pasado. Han pasado muchos millones, haciendo cada uno de ellos la misma operación. En todas las ocasiones el resultado ha sido un montón de escombros. En todas menos en una en la que ha aparecido una casa”. Indudablemente, si el número de aviones que han pasado es del mismo orden de magnitud que la probabilidad de que la casa aparezca, la cosa puede ocurrir.

Aplicando esto a la aparición de un universo viable, se diría lo siguiente. Si hubiesen aparecido al azar un número de universos del orden de 10^(10^128) –que, si se recuerda, era la probabilidad calculada por Roger Penrose para un universo viable y que suponía un número mucho mayor que un 1 seguido por tantos 0’s como partículas elementales hay en todo el universo–, entonces sería razonable pensar que hubiese aparecido, por casualidad, un universo en el que nosotros nos estemos preguntando de dónde hemos salido, para qué estamos en él y qué va a ser de nosotros.

Y ahora es cuando aparece Occam con su tijera. ¿Dónde hay una mayor economía de hipótesis; en un único universo con una finalidad creado por un Diseñador o en 10^(10^128) universos inútiles, salidos no se sabe de dónde ni para qué, simplemente para ser miserables saltos de pulga entre la nada y la nada, donde se da la ínfima casualidad de que en uno de ellos aparezcan unos pobres seres capaces de preguntarse por su sentido, pero irremisiblemente desorientados y sin la más mínima posibilidad de encontrar nunca su inexistente destino? A mí no me cabe la menor duda. Preferencias aparte, usando tan sólo el frío cálculo, ¿a qué alternativa apostaría usted su vida? Aunque, como dije en el primer artículo de la serie, la tijera de Occam no sea un argumento de demostración incontestable, no me cabe en la cabeza que alguien apostase por la segunda.

Pero sí podemos preguntarnos sobre quién debería recaer el peso de la prueba si no hay una demostración irrefutable. Cuando un tribunal juzga a un hombre por un supuesto delito, se piensa que es menos malo que un culpable quede libre que que un inocente sea condenado. De ahí la presunción de inocencia. De ahí que el peso de la prueba deba recaer sobre quien quiere establecer la culpabilidad. ¿Qué es peor, un universo-laberinto sin sentido en el que vivamos irremisiblemente desorientados o un universo creado por un Diseñador con el designio de que aparezcamos nosotros? ¿Vamos a ser tan poco civilizados como para hacer recaer el peso de la prueba sobre los apóstoles de la desesperanza antes que aceptar la presunción de inocencia? Yo, desde luego, no. No obstante, el hecho de que vivamos en un universo que parece diseñado para que aparezcamos nosotros no prueba que realmente esté diseñado precisamente para eso. No, no lo podremos probar. Pero en próximos artículos iré comentando más indicios que apuntan a que este universo ha sido diseñado para que lo habitemos nosotros.